Hablas de despoblación y es como si hablaras de un fenómeno atmosférico. Es algo que ocurre, que se sufre, que está ahí y contra el cual se debaten sin parar posibles planes e iniciativas. En el fondo, sin embargo, notas que hay una resignación sin paliativos: qué se le va a hacer, nos tocó la china, cosas del progreso y la evolución? No sé ustedes, yo nunca percibí convencimiento -ni emoción siquiera- en quienes una y otra vez nos han asegurado que van a luchar contra la despoblación de esta ciudad, esta provincia o esta Comunidad. Y como es lógico, el fenómeno ha seguido tal cual o empeorando, década tras década. No hace mucho, en este mismo diario leíamos que en 1950 había 316.493 zamoranos; ahora somos 183.434, según el último censo. La diferencia es bárbara, estremece. Nos indica que durante el último medio siglo cada año se nos esfumaron más de 2.000 paisanos, 5 por día. Y el proceso sigue tal cual, sin que se advierta cambio de tendencia. Con lo cual, es fácil hacer un par de cuentas y concluir con lo que parecerá alarmismo y es sin embargo la cruda realidad: Zamora muere. ¿O acaso concibe alguien la existencia de una Zamora sin habitantes? Seguirá en el mapa, claro, y hasta puede que conserve su nombre, pero será ya poco más que una finca de recreo para los ricachones de turno, por suponerle algún uso.

-¡Pero algo se podrá hacer! -Protestará alguien, al llegar a este punto.

Y claro que se puede. Ni siquiera hay que estrujarse demasiado la cabeza o ser un genio para vislumbrarlo. El mundo es ancho. Y si se buscan, nunca faltan experiencias de gente que supo prevenir lo que a nosotros nos parece insoluble. A mi compañero Fernando Martos, que lo lee todo y es una enciclopedia ambulante, le gusta mencionar el caso de Suiza y la forma en que allí, para que sus paisajes lo sigan siendo y tengan vida, a los ganaderos de alta montaña no se les cobra impuesto alguno y se les facilitan absolutamente todos los servicios y ayudas. Pero hay más experiencias. Basta en realidad con ir a cualquier país desarrollado, ya que en ninguno se ha permitido la despoblación de sus zonas rurales. Todos saben que eso equivale a un suicido colectivo. No hay ciudad sin pueblos, no hay mundo sin campo, no existen lugares sin paisaje, no hay paisajes (sino desierto, bosque o selvas) donde no viven humanos. El único país donde eso no se entiende es en el nuestro. Y singularmente en esta Comunidad de partido único, el mismo que por desgracia tiene todos los resortes de la provincia.

Por ello, la primera condición para que Zamora no muera es conseguir que el PP pierda. Jamás han servido las holgadas mayorías de ese partido para poner en pie planes serios o viables que acabaran con la despoblación. Sus políticas, por el contrario, han acelerado nuestros males. Todas las inversiones se concentran en pocos puntos prósperos, para que cada vez sean más prósperos. Y cuando vienen mal dadas, como ahora, se apresuran a recortar más donde menos gente hay y por tanto menos capacidad de protesta y de presión. Los recortes, además, se asestan donde más puede desangrarse una provincia como esta: sanidad y educación (además del cerco a las pensiones). ¿Cómo van los jóvenes a quedarse en pueblos que no saben lo que es una guardería y en los que cada vez cae más lejos la escuela? ¿Quién quiere o se atreve a vivir en zonas con médicos cada vez más escasos y estresados, porque no paran de reducir plantillas? ¿Qué ventajas se da a los de los pueblos para compensar sus peores servicios, su lejanía de casi todo o el sacrificio de trabajar, si tienen ganado, todos los días? No solo no se les compensa, sino que se les "castiga" con desprecio social y con la evidencia de que los gobernantes favorecen siempre a quienes después les pagan poco o nada por sus productos, sus cultivos y su trabajo.

La gente no se va del campo o de Zamora: es expulsada por políticas nefastas. Y eso es lo que hay que revertir, antes de que el tiempo nos alcance. Vivir en pueblos en el siglo XXI no es un privilegio, es una necesidad para quienes vivimos en las ciudades. Por eso urgen planes de discriminación positiva, que paguen -literalmente- por quedarse, que compensen a quienes trabajan sin descanso ni vacaciones. Un bar en un municipio de menos de mil habitantes, por ejemplo, no solo no debe pagar impuestos: debe estar subvencionado porque cumple funciones evidentes de Centro de Día, Club del Jubilado y Atención Permanente. Urgen, en fin, planes que garanticen todos los derechos básicos a quienes optan por quedarse "cuidándonos" el campo. Si se hiciera así, si cambiásemos de raíz la política rural que PP y PSOE han venido desarrollando todos estos años, se frenaría la despoblación y podría revertirse incluso la tendencia.

Algunos, desde luego, no nos resignamos. Ojalá seamos tantos como para impedir la muerte de Zamora y su conversión en coto de caza de memos multimillonarios. ¡Ánimo, que hay vientos de cambio!

(*) Secretario general

de Podemos Zamora