El cepillo pasaba de una mano a la otra con velocidad endiablada, impidiendo a quienes lo observaban adivinar, con exactitud, su trayectoria. Previamente, quienes así actuaban se habían preocupado de introducir un par de naipes en el calzado, al objeto de proteger los calcetines del ataque del betún y la anilina. Eran los limpiabotas que, los domingos por la mañana, montaban sus "cajas" bajo los "soportales viejos" de la Plaza Mayor, haciendo el milagro de dejar lustroso un calzado deslucido al que había que sacarle el mayor partido posible.

En aquellos viejos soportales, que soportaban un edificio de tres alturas, mientras los zamoranos compraban el periódico en "el Rossi", podían ver, justo enfrente, otros de más reciente construcción, conocidos como los "nuevos soportales", que son los que se conservan actualmente. Los "soportales viejos", ya desaparecidos, permanecían adheridos, como una lapa, a la iglesia de San Juan de Puerta Nueva, como también lo estaban algunas paneras que, además de servir como dependencias auxiliares de la parroquia, acogían, de un año para otro, algunos de los pasos de la Semana Santa, de manera que verse, verse, la iglesia solo se veía en su fachada oeste. A día de hoy, San Juan se muestra exultante, en plena Plaza Mayor -para algunos como pegote arquitectónico- ofreciendo una peculiar imagen.

Bajo los soportales nuevos se mantuvo, durante muchos años el café Durii donde, con el dominó como herramienta, se enfrentaban zamoranos de distintos gremios en peleadas partidas, haciendo sonar las fichas al ser golpeadas sobre el frío mármol de las mesas. Eran los mismos paisanos que, a las doce y media de cada domingo, volvían a encontrarse en la misa gremial que se oficiaba en la vecina iglesia de San Vicente.

Durante cierta época, en "el Durii", cuyo interior permanecía oculto a las miradas de los curiosos -merced a tupidos visillos y cortinajes-, llegaron a actuar "animadoras", aunque, por más que los adolescentes de aquella época intentaran echar un vistazo, aprovechando la fugaz apertura de las cortinas de la puerta coincidiendo con la entrada de algún cliente, no les resultaba posible descifrar aquel "misterio" que todos decían conocer, pero que, realmente, ninguno había visto. Hay que dejar muy claro que aunque los espectáculos que allí llegaron a exhibirse hoy resultarían ñoños para un programa Disney, en aquellos años de oscurantismo y trasnochada espiritualidad llegaban a producir urticaria en parte de la sociedad zamorana.

A la Plaza le daba personalidad y solera un nutrido grupo de bares y restaurantes pues no en vano era un lugar de reunión. Algunos de aquellos establecimientos han desparecido, como es el caso de La Golondrina, cuna de los Pedrero Yéboles, uno de cuyos hijos nos ha dejado ese Merlú en bronce junto a la puerta sur de San Juan, muy cerca de la que fuera su casa natal.

El "España" y "Casa Pozo", verdaderos templos de las casas de comidas, que así se denominaba a determinados restaurantes, también han desaparecido en esta última década. Otro de los bares característicos de la zona de influencia de "la Plaza", fue el "bar Chillón", ubicado en la calle Sacramento, uno de cuyos hijos fue un destacado jugador de fútbol, que ocupó la posición de extremo izquierdo en el Atlético de Zamora, club que precedió al Zamora CF de nuestros días. Afortunadamente, algunos de los bares han conseguido aguantar el paso del tiempo conservando la misma cabecera de entonces, como el "Zamora" y el "Bernardo", aunque con un look distinto. Otros establecimientos han cambiado de especialidad o de denominación, como es el caso de la tienda de confecciones de "Lozano", que ha pasado a ser la cervecería "Plaza Mayor". Afortunadamente, aún quedan algunos que siguen siendo fieles a la actividad para la que fueron creados, como es el caso de "El Redondel", verdadero ejemplo de adaptación a la época actual, sin renunciar a su solera.

En la plaza de Juan Nicasio Gallego, camino de la calle de la Reina, se encontraba el despacho de transportes de los Gómez o de "los Pintas", como se les conocía en Zamora, empresa que resolvió a los zamoranos, durante muchos años, cualquier problema de transporte que pudieran plantearle.

No conviene olvidar que, al comienzo de la cuesta de Balborraz, muy cerca del "bar Central", se encontraba la peluquería de "el Zorro", donde nunca faltaba alguna revista, atrevida para la época, que permitía recrear la vista en algo distinto a la cruda realidad cotidiana, ferozmente condicionada por la censura de quienes decían velar por la "reserva espiritual de occidente".

Si hubiera que dar tres datos sobre la transformación de la Plaza Mayor, estos serían: la desaparición de las dos hileras de arboles que corrían paralelas a ambos soportales, la eliminación de los urinarios públicos encajados en pleno centro de la plaza y el haber dejado expedita la iglesia de San Juan, lo que ha permitido poder ver la luz el rosetón en rueda de carro, característico del románico zamorano, que luce su puerta sur: esa que traspasa la Virgen de la Soledad, el sábado por la tarde, cuando toca a su fin la Semana Santa.