En estos primeros días de otoño hemos visto cómo a través de nuestro diario se abrían las puertas de la ilusión y la esperanza cuando recordó ciertas cosas. Lo primero que nos viene a mano es el palacio de Congresos, ese sueño dorado que estuvo de moda como los aeropuertos en otras partes, hoy una triste y olvidada excavación sobre el solar de una institución que marcó toda una época y eso es historia clara e indiscutible.

De este sueño saltamos a otro lugar no menos discutible y dudoso, el teatro Ramos Carrión o Teatro Nuevo, como se le llamó siempre desde su inauguración, hasta el momento en que se le dedicó al insigne paisano de las letras, don Miguel Ramos Carrión, obra oscura, neblinosa, llena de dudas y cargada de errores, como se ha visto. Se ha acabado con una muestra de teatro de principios del siglo XX, con su encanto y su definición como obra típica y representativa de su momento para entregarnos una nave fría y sin ningún atractivo singular que atraiga desde fuera de la escena, amén de ese problema territorial sobre las murallas, confiemos en un final feliz contando con el factor tiempo.

Las grandes obras llevan siempre tras ellas una serie de sombras que las hacen lentas e imprecisas y, hasta su final, un tanto antipáticas.

La tercera cita o referencia es el Mercado de Abastos, una pieza de valor arquitectónico de principios del siglo XX, asentado sobre el solar de San Salvador, previo acuerdo del alcalde y obispo con la torre de la iglesia de San Juan de propiedad municipal, levantado con las máximas atenciones y con un cuidado de gran estilo. Un edificio siempre pendiente de obras y reformas.

Tres temas, tres sombras y un interrogante: ¿Para cuándo?