Porque desde que el pueblo de Zamora decidió que fuéramos "alcaldes" (una broma como la de la "señá alcaldesa", que requiere cierta ironía, muy poca por cierto, y bastante mala intención para hacer de esta expresión una valoración política), bueno, al grano: desde que estamos "gobernando", mis compas no han parado de trabajar a pico y pala. A hoz y martillo, como campesinos y obreros. Como trabajadores.

Otra cosa es que estemos arando en un desierto, sembrando en un campo baldío e incluso a veces en un campo de minas.

Parece mentira que el partido que pensaba ganar en Zamora, hasta el punto de llamar sinvergüenzas a quienes querían quitar el puesto a la candidata, hayan dejado a sus presuntos compañeros el campo yermo. Aunque ya lo decía Pío Cabanillas aludiendo a las disputas de la UCD, "cuerpo a tierra, que vienen los nuestros". Y los suyos son los que han dejado un paisaje de tierra quemada después de la batalla, suponemos interna, en el que es difícil sembrar sentido común. Mucho menos utopía.

Perdida la batalla y muerto en sentido político el combatiente, los supervivientes del PP zamorano se han dedicado a exigir lo contrario de lo que hicieron, como bajar los impuestos -ellos que subieron el treinta y cinco por ciento a los zamoranos-. Y no contentos con eso, pretenden retrasar con falsos pactos, trámites y burocracias que los bajemos el próximo año.

Para ellos todo es "poco, mal y un quiero y no puedo". ¡Ay, Sigmund Freud! Que no estarás en los cielos, pero sigues pegado a la tierra y al polvo que somos y seremos. Y que permites con frases como la dicha, "un quiero y no puedo", que se manifieste que aún no ha asimilado que "los otros", o sea, nosotros, somos los que estamos gobernando. Y que ellos, que se creen vivos, son los muertos políticamente.

No es de extrañar que en el Pleno, el portavoz del PP quisiera acabar los debates con sus soflamas, sin darse cuenta de que el último que habla es el que ha elegido el pueblo para gobernar.

Si se bajan los impuestos una media de 35 euros por zamorano; si se desbloquean asuntos pendientes desde hace años como la obra del matadero, o la depuración del agua de Roales? todo eso no es más que postureo. Como lo fue la promesa de que Zamora tendría un centro social financiado por la Junta en el agujero infecto de la Laboral, destruida para hacer un delirante Centro de Congresos del que todo el mundo reniega. Del aeropuerto, afortunadamente, nos libramos.

Eso cuando no han dejado el campo de la ciudad sembrado de minas, como la millonada que hay que pagar por el frustrado edificio municipal; la piscina de verano casi olímpica cubierta por capricho con un sobrecoste de mantenimiento; los alquileres asfixiantes para cualquier servicio municipal; la falta de locales para esos servicios y para las asociaciones que en Zamora solo piden un espacio para crecer y trabajar gratis, con trabajo voluntario, y los centros de interpretación que no tienen quién los abra porque no se puede crear empleo público.

Y llegados a este punto, la mina más grande, la Ley Montoro, que ha anulado el derecho a decidir de los ayuntamientos elegidos en cada municipio. Y las leyes del Estado que han recortado lo único que permite sacar a delante las necesidades sociales y personales de los ciudadanos: el trabajo.

Ese trabajo que se pone en evidencia que es el que crea riqueza, porque sirve para hacer del desierto un huerto, un koljós?, una vivienda, una escuela, un hospital.

Nosotros contamos con buenos campesinos y obreros, hoz y martillo, para seguir adelante, poniendo en valor el que tiene el del trabajo. Cien días y pico, y pala, y miles de días. Toda una vida, si hace falta.

Lo que no sobra es que algunos se enteren de que, como en la película "Perdona, bonita, pero Lucas me quería a mí", el pueblo esta vez, perdona bonita, nos ha querido a nosotros.