La enseñanza básica es obligatoria y gratuita". Así reza nuestra Constitución en el artículo 27.4. Pero comenzado ya el curso escolar, podemos comprobar cómo las familias no dejan de echarse las manos a la cabeza y preguntarse cómo es posible que un niño de educación primaria necesite gastarse cuatrocientos euros en unos libros de texto que (estarán muy bien elaborados pedagógicamente, no digo yo que no) nada más mirarlos todos pensamos que no valen lo que pesan. Lo mejor ha sido cuando me he encontrado en uno de los packs de libros de matemáticas de mi sobrino un estuche con billetes y monedas falsos para que los niños desde pequeños ya aprendan a consumir y a servir al dios-dinero.

Más incomprensible es esto, cuando el Estado se gasta cantidades enormes en programas de auténticas memeces (éxito escolar, educación para no sé qué?) que no sirven para nada. Algunos (o todos) los políticos están convencidos de que gastar más dinero en educación significa una "educación de calidad" (todavía está por verse qué entienden ellos por calidad educativa). Se creen que con tablets, ordenadores y pizarras digitales podremos disfrutar de una especie de jardín de las delicias educativo en el que todos los alumnos aprenden que da gusto. La realidad es que, mientras la burocracia obliga a los profesores a discutir en los claustros cuestiones vacuas que no llevan a ningún sitio y se ven obligados a elaborar cada día más papeles, a los alumnos les cuesta cada día más hacer esa "o con un canuto" de papel, pues ahora deben saber hacerla con un canuto digital o virtual, o incluso robótico si estamos en la Comunidad de Madrid.

A la vez, se va arrinconando a las humanidades como asignaturas que no sirven para nada, cediendo ante el más simplón utilitarismo cientificista, que afirma que lo único importante es el estudio de las ciencias.

Sin el pegamento, sin la argamasa de las humanidades (religión, filosofía, lenguas clásicas, historia?) que da sentido a la vida humana, las ciencias y la informática se convierten en un batiburrillo muy útil para hacer robots obedientes, pero incapaz de formar hombres libres. Ya nos lo decía Unamuno cuando afirmaba que nuestros jóvenes estarán muy bien instruidos (ojalá fuera así), pero no están educados. La educación es hoy una mera instrucción para trabajadores eficaces y obedientes con la cabeza llena de fórmulas, pero vacía de creencias arraigadas, modales civilizados y capacidad de sufrimiento. Claro está que la culpa será de las clases de religión, de los colegios concertados, de la falta de bilingüismo, de la poca educación para la igualdad de género o la poca educación sexual.