Cuenta Heródoto en el primer libro de su "Historia" parte de la vida del terco rey Creso, cuya fijación fue la de invadir el imperio persa y su cabeza: el rey Ciro. El desconfiado y terco Creso mandó por tres veces emisarios al templo de Delfos a la espera una respuesta para organizar su ataque contra los persas. La primera consulta que hizo el desconfiado Creso fue para probar el oráculo, que según Heródoto adivinó lo que estaba haciendo en ese preciso momento: cocer tortuga y cordero en una olla de bronce. Tras esto vinieron las dos consultas restantes sobre la guerra: la primera sobre si ganaría la contienda, a lo que el oráculo contesta que un imperio caerá; la segunda sobre el tiempo de reinado, a lo que es contestado que hasta que gobierne un mulo a los medos. Su fijación contra el imperio persa le llevó a no escuchar más consejos de los ancianos y a interpretar a favor suyo los oráculos: estaba cegado por sus ganas de atacar y vencer.

Al leer el evangelio de este domingo podemos tener la tentación de reducirlo al tema: divorcio sí o no. Este es solo un ejemplo de la terquedad humana. Ya dice Jesús que el acta de divorcio que concedió Moisés fue dada a los israelitas por tercos: al principio no fue así. Supongo que no fue así ni el divorcio ni la terquedad de los hombres. La denuncia de Jesús va más allá del tema del divorcio. Él denuncia el alejamiento deliberado y reincidente de los hombres de lo que es la voluntad de Dios. Tener una fijación terca por la sociedad del bienestar, por lo políticamente correcto, por servirse de las personas y del medio ambiente, más bien que servirlos, etc., hace que tengamos un mundo en el que los refugiados tengan que conformarse con la acogida y la caridad, en lugar de la paz en sus tierras; en el que la naturaleza se tenga que conformar con no ser destruida, en lugar de ser amada, respetada, cuidada y engrandecida; en el que todos tenemos que conformarnos con no mentir y ser políticamente correctos, en lugar de ser libres, decir la verdad y denunciar la injusticia. Hemos metido la cabeza por el agujero del bienestar, de la buena fama y de servirnos de todo y de todos sin darnos cuenta de que quizá estemos dilapidando nuestra vida: ¿y si el agujero por el que metimos la cabeza es una guillotina y nuestras fijaciones no nos dejan verlo?

Creso, rey terco del imperio de Lidia, fue derrotado. Tenía tantas ganas de vencer el imperio persa que cuando el oráculo dijo que un imperio caería no se percató de que pudiese ser él.