Todas las guerras lo son. Malditas por naturaleza. Y porque las guerras no solo se llevan por delante a los combatientes de uno y otro bando. Las guerras se cobran muchas, demasiadas víctimas inocentes. Los más vulnerables: los niños, siempre acaban siendo carne de metralla. Herodoto lo tenía claro: "En la paz, los hijos entierran a los padres; la guerra altera el orden de la naturaleza y hace que los padres entierren a los hijos". Dicen, además, que la muerte de un hijo causa un dolor insoportable a los padres.

¡Son tantas las guerras que están alterando el orden de la naturaleza! Una de las peores, la que se libra en Siria. Los que bien podrían acabar con ella, Rusia y Estados Unidos, no se ponen de acuerdo. Sigue la sangría que no está en frente alguno por otro lado inexistente, la sangría está en las ciudades que bombardean o toman inmisericordemente, el Daesh, las brigadas vinculadas a Al Qaeda y el ejército de Bashar Asad.

Lejos de procurar el entendimiento que ayude a favorecer la paz, lejos de esforzarse en conseguirlo, Putin y Obama, Obama y Putin ni acercan posturas ni parecen dispuestos a ceder para acabar con una situación horrible que está propiciando el mayor éxodo conocido de los últimos años. Una forma cruel de guerra porque las familias se separan, de un lado los padres, del otro los hijos. De un lado los que luchan y del otro los que huyen y, en ambos casos, cuántas veces mueren, por una bala o por hambre y sed y no solo de justicia.

Rusia prometió al tirano más bombardeos que permitan golpear más objetivos en áreas ocupadas por el Daesh y lo ha cumplido. Solo que la aviación rusa debía tener mal la información y ha bombardeado la localidad de Homs, donde al parecer el Daesh no está presente, pero sí la suficiente población civil como para caer víctima del bombardeo. Un bombardeo feroz que se ha cobrado al menos treinta y seis víctimas. Todos eran civiles. Ni un solo militar, ni un solo combatiente de ese Estado de asesinos que nada respeta, fundamentalmente mujeres y niños.

Malditas guerras que siguen apasionando a tantos hombres. Es terrible que el estado natural del hombre siga siendo la guerra en lugar de la paz. Y pocos son los que, por cuestiones interesadas, están empeñados en fijar un final urgente para la guerra porque, como sostenía Kennedy, si no lo hacen pronto, "la guerra fijará un final para el hombre". Quizá sea el momento de reflexionar y leer a pacifistas como Gandhi o Luther King. Me quedo con aquel esperanzador párrafo leído por Martin Luther King, contenido en su discurso de aceptación del Premio Nobel de la Paz: "Sigo creyendo que un día la humanidad se inclinará delante de los altares de Dios y será coronada triunfante sobre la guerra y el derramamiento de sangre, y que el buen redentor no-violento proclamará el gobierno de la tierra. "Y el león y el cordero yacerán juntos, y cada uno se sentará debajo de su vid y de su higuera, y no habrá quien tenga miedo". ¡Sigo creyendo que vamos a superarlo!".