Entre Israel y Jordania hay muy pocos kilómetros de distancia; sin embargo, la diferencia que hay entre el modo en el que viven los palestinos exiliados en Jordania y los que continúan su existencia en Gaza o Cisjordania bajo la ocupación israelí es enorme.

Los palestinos afincados en Jordania desde el 48 o 67 se podría decir que han echado raíces en el reino hachemita: están integrados plenamente y sus vidas se desarrollan de una forma natural. Por desgracia, no les ocurre lo mismo a los que están en Israel. Y créanme: no se trata de adjudicar el papel de buenos o malos a unos o a otros, sino únicamente de decir la verdad, de alzar la voz de aquellos que no gozan de la posibilidad de ser oídos en el mundo. Queremos sumar nuestro granito de arena a la inmensidad del desierto.

No le deseo a nadie que tenga que soportar el sufrimiento que los palestinos aguantan día a día. Su vida es una escalada de obstáculos, en el mejor de los casos (esperas en los "check points"; grandes rodeos, derivados de los muros de nueve metros de altura que impiden ir de un pueblo a otro por la vía más lógica y racional, obligándoles a hacer muchos kilómetros para recorridos cortos, etc.). Y estos "pequeños inconvenientes", que son habituales en la vida de todo palestino dentro de Israel, se agravan cuando, por ejemplo, en el silencio de la noche, mientras los pueblos y los ciudadanos duermen, los soldados israelíes tiran la puerta abajo de un domicilio, porque van en busca de algún adolescente que ha salido en una manifestación o ha tirado alguna piedra a los coches de las patrullas israelíes.

Aquí da comienzo el calvario de una familia, con un hijo preso en una cárcel, donde las visitas están muy restringidas. Al chico en cuestión se le hace un juicio militar y le caen los años que el Gobierno israelí quiera, con las consabidas torturas que todo apresamiento conlleva. Me contó una madre palestina que, cuando acude a ver a su hijo, las humillaciones, por parte de los soldados, son habituales: por ejemplo, le hacen desnudar, o le impiden hablar con su hijo y también le obligan a hacer la limpieza de los baños. Y en el caso de que sea el padre el que realiza la visita, no permiten al chico que bese a su progenitor, ni que le dé la mano, pues ello sería motivo de un castigo mayor dentro de la cárcel.

Lo expuesto es un botón de muestra. Resulta difícil encontrar a una familia que no tenga algún hijo o pariente en prisión. Y son muchas las madres que viven con este peso sobre su espalda. A ellas voy a dedicarles esta pequeña estrofa de Michele d' Arcangelo:

Madre de todas las madres,

Madre de Palestina,

ya sin lágrimas de llanto

en los ojos, como un uadi.