Se cumplen ahora ciento cincuenta y un años del nacimiento del escritor vasco castellano, Miguel de Unamuno y Jugo (Bilbao, 29 septiembre 1864). El que fuera el intelectual más destacado de la generación del 98 aún retumba en nuestras manos por sus escritos y su poliédrica personalidad. Y en la resaca de los actos de su aniversario se prolongan aún las reflexiones críticas sobre su ideología, sobre su literatura y poesía, sobre sus cuitas religiosas y vitales, su filosofía existencialista... Pero, dónde nos queda el Unamuno más humano, el hombre de carne y hueso, ese paseante por el gélido caserón, arrastrando sus viejos pies, y de vez en cuando -y a pesar del frío que le calaba hasta los huesos en invierno-, se asomaba al balcón para contemplar los negrillos nevados de la calle de las Úrsulas; más arriba, al fondo, veía el campo de San Francisco, verde y blanco bajo la nieve. Añoramos al Unamuno esposo, que con su "Concha querida" caminaba por la carretera Zamora, o al hombre de a pie, el anciano profesor turista por la sierra de Gredos, por la estepa portuguesa o por las playas de Hendaya.

En los muros de la fachada de la Casa Rectoral de la Universidad de Salamanca (hoy Casa-Museo de Unamuno) figura como un vítor pintado la frase: "Mi divisa es la verdad antes que la paz". Mi amigo Paco Blanco, escritor y presidente de la Asociación de Amigos de Unamuno, ha realizado una selección de textos sobre la Verdad de Unamuno. Uno de ellos completa a lo anteriormente citado: "Si la verdad nos lleva a morir, más vale morir por la verdad que vivir muriendo con mentiras".

Estas frases unamunianas están incluidas en el contexto de un breve ensayo (de la correspondencia de un luchador), y se refieren más bien a la lucha religiosa, existencial, y a la paz espiritual, por más apacible y ligada al statu quo, no es lo que don Miguel anhela. Se enfrentaría primero a la religión antes que seguir conformemente en ella.

Aunque Unamuno no desciende tanto a concretar estas ideas en el contexto de la lucha política, nos preguntamos por él: ¿Está preparada nuestra democracia para hacer frente a todos los casos de corrupción, robo del dinero público, etc., que están apareciendo, sin parar, actualmente? Qué diría sobre del apestoso toma y daca -negocios pecuniarios por medio- entre patrioteros españolistas e independentistas en la elecciones catalanas. O qué respondería a las pacatas políticas sociales de la derecha conservadora actual, tal como dejó plasmado entonces en esos escritos de su Epistolario americano. "Es mejor verdad con guerra que mentira con paz. Y, aquí por lo menos, los conservadores nos traen la paz de la mentira? La paz es la sumisión y la mentira".

Él siempre aborreció la estulticia de algunos intelectuales y políticos. Podría debatirse si estas frases unamunianas son más o menos acertadas, si tienen valor actual, si son una clara visión de su pensamiento sistemático o no. Pero nadie podrá ignorar, sin embargo, el valor cívico con que don Miguel levantó su voz insobornable en una sociedad muy parecida a la nuestra.

Aquí echamos mano de la "marca Unamuno" enseguida que queremos celebrar un evento. A algunos, mal que les pese por ser antiunamunianos, este sello publicitario es para la ciudad y para la USAL un pozo sin fondo, repleto de cultura y economía. La patrimonialización de Unamuno nos ha devuelto de sobra lo poco que le dimos. Algunos ciudadanos y autoridades locales y universitarias, de entonces y de hace poco, hayan sido muy mezquinos con él. Muchos paisanos salmantinos, compañeros de tertulia en el Casino y en claustro universitario de 1936, le dieron la espalda y le traicionaron. Hoy todo son lisonjas y besamanos para sacar renta social, cultural y económica de la "marca Unamuno", algo ya sobreexplotada.

Esperemos, cuando pasen los ecos y boatos de su efemérides, que nos quede aún ese recuerdo del hombre de carne y hueso, del Unamuno más humano que prefería la verdad molesta y crítica que la paz mentirosa y complaciente, de melifluas resignaciones.

Miguel de Unamuno nació hace ciento cincuenta y un años, muriendo la Nochevieja de 1936 en plena contienda civil española. Según su nieto mayor, Miguel como él, "se ha dicho que mi abuelo murió de la guerra, del mal de la guerra civil entre españoles, y aunque pueda parecer un poco literario, creo que es verdad".

A la memoria de Romu Zunmárraga y de Iñaki Azkuna, lagun euskaldunak ona, apasionados durangueses y entusiastas unamunianos.