Con la muerte de Alfonso Bartolomé el mosaico de la vida de su familia, compañeros de profesión y amigos pierde una pieza insustituible, que solo la memoria podrá recomponer. Lentamente, aquella generación que soñó ser artista, garabateando o modelando en la zamorana Escuela de San Ildefonso, se nos va calladamente. Han sido y son parte importante del universo artístico de nuestra ciudad y provincia, a la que han entregado lo mejor de ellos. A Alfonso nada de Zamora le fue ajeno, pues su ojo escrutó y plasmó meridianamente su luz y color, su paisaje y su paisanaje. De natural inquieto trabajó mucho, aunque para él pintar fue, más que una obligación un hábito, y en los últimos años una terapia necesaria para sobrellevar la existencia. Quizás por eso nunca le dio demasiada importancia a su trabajo. Su pose de artista no era sino una impostura, ya que fue un hombre orgullosamente sencillo, campechano e irónico, con el que era un placer pegar la hebra, aunque había que verlo enfadado. De ahí que su arte también tuviera un poso de sencillez plástica, que lo llevó a construir sus cuadros con lo elemental, sublimando lo cotidiano. Hoy ya saborea la "tierra de huerto" que lo vio nacer hace setenta y cuatro años en Arenales. Que te sea leve, y gracias querido Alfonso por el don de tu amistad.

José-Andrés Casquero Fernández

(Zamora)