Habría que saber por qué el Gobierno permitió a uno de sus miembros, para más inri el de Asuntos Exteriores, debatir algo sobre lo que no hay discusión posible: la unidad de España, amenazada por el reto secesionista de Cataluña. Pero nadie debió de decirle nada, al menos oficialmente, y allá se fue Margallo, que no es ni mucho menos el primer desliz que comete, a hablar con el tal Junqueras, de Ezquerra Republicana, sobre la imposible secesión que convertiría a Cataluña en un Estado independiente, o algo así, porque ya ni se sabe que es lo que quieren, en el fondo, los separatistas.

Aunque se ha comentado que el tal Junqueras, que lidera tras Artur Mas, o delante, el movimiento para la independencia de aquella región, hizo polvo en el transcurso del debate al singular ministro, no parece que así fuese, en realidad. Lo que ocurre es que lo que podía decir Margallo estaba ya todo dicho, y el hombre nada nuevo aportó salvo algunos datos ya manejados en ocasiones. Por supuesto que, como su jefe Rajoy, también volvió a ofrecer diálogo y comprensión y hasta cariño, pero recordó a los catalanes lo que les esperaría en el insensato supuesto: salir de Europa, salir del euro, perder la nacionalidad, tener que disponer fronteras y aranceles, huida de grandes empresas, llegar al 37 por ciento de paro, que cada pensionista pierda hasta el 40 por ciento de sus percepciones actuales y la posibilidad, anunciada por el gobernador del Banco de España, de un inmediato corralito bancario. Todo un panorama. A lo que habría que añadir como han recordado estos días diversas autoridades deportivas que el Barcelona no podría jugar la Liga Española de Fútbol, aunque sí podría jugar Champions si se clasificaba para ello en la Liga catalana, que tampoco sería seguro porque no es de esperar que Messi siguiese siendo jugador blaugrana.

Todo un argumento de peso este último para los aficionados culés, que son muchos, y que se añade a los demás. Puede que mañana a la hora del recuento haya sorpresas. En un sentido o en otro, pues lo mismo las fuerzas del no chafan al final los planes separatistas, que a estos últimos les sobran votos para la mayoría absoluta, lo que significaría según ellos el inicio del proceso unilateral de independencia. El tal Junqueras replicó a Margallo que estaba pintando el apocalipsis y se mostró tan tranquilo. Intranquilo está el Gobierno, y el país, porque pese a la Constitución y al Tribunal Constitucional, el recuerdo de Kosovo se hace inevitable. Cierto que no es lo mismo y que España no es Serbia, pero pese a tanto como se dijo entonces, la UE, o parte de la misma, y los Estados Unidos reconocieron sin problemas a la autoproclamada república, que fue reconocida por más de un centenar de países, y ahí siguen, hundidos en la miseria más atroz. El caso es que de los organismos internacionales más vale no fiarse demasiado.

Mientras, Rajoy, consciente de que lo que ocurra en las elecciones de Cataluña va a influir mucho en lo que suceda luego en las generales de España, parece a estas alturas confiar, más que en otra cosa, en que precisamente el Tribunal Constitucional, con sus nuevos poderes ejecutivos, le saque las castañas del fuego, aplicando la suspensión de la autonomía catalana o cuantas medidas sean necesarias.