H ablemos claro: Rajoy vive estreñido, porque hasta el cagar prefiere dejarlo para mañana. Confiaba en que todo se arreglaría solo, en que la bonanza económica de otras tierras se transmitiese por ósmosis a España, y ahora se encuentra con que poniendo las elecciones el último día posible las semanas se le hacen largas, entre caídas bursátiles, amenazas financieras y descalabros políticos.

A los mercados, en el fondo, les da igual lo que salga en las elecciones de Cataluña. Lo que realmente pone nerviosos a los inversores internacionales, esos que ponen una crucecita junto a la palabra España para invertir o no, es que no haya un Gobierno capaz de tomar decisiones ni se espere que aparezca uno para la próxima legislatura, gane quien gane.

Lo que realmente convierte a España en un país de riesgo es la incapacidad para afrontar ningún problema, ni siquiera haciéndolo mal. ¿Hay que cambiar de modelo productivo? Pues esperamos a que resucite el ladrillo. ¿Hay que generar trabajo con mayor valor añadido? Pues nos felicitamos de que el turismo de playa aumente, a costa del Magreb, para emplear más camareros. ¿Hay que competir con China, y a ser posible en calidad y no en precios? Pues esperamos a que China se hunda sola.

¿Y si no hay dinero? Pues nos endeudamos, porque subir impuestos cabrea a mucha gente y bajar servicios cabrea también a mucha gente.

A lo mejor la democracia es el arte de gobernar cabreando a los menos posibles, pero hacerlo teniendo a todo el mundo contento no es gobernar, es hacer el primo, es profundizar en la injusticia dejándolo todo como está: en manos de cuatro amigos que defienden su corral mientras los de fuera no saben si apoyar a los refugiados, pedir su expulsión o emigrar ellos mismos.

O sea que lo de Cataluña, lo que tantas páginas ocupa estos días, en el fondo da igual. Ojalá se arreglase todo con una patada en el culo...