El verano ha querido despedirse dejando, no sabemos si un recuerdo o un aviso en Abelón, el primer pueblo de nuestro nomenclator provincial, donde se han quemado unas hectáreas de matorral y arbolado. Uno más de esta especie de plaga o epidemia nacional que seguirá creciendo en la misma medida que crecen las hectáreas abandonadas o medio abandonadas a su suerte, sin un programa de limpieza y de aprovechamiento.

Un desbroce ordenado, sistemático y permanente constituye una riqueza y otorga seguridad para el paisaje. Un equipo bien preparado garantiza la labor bien hecha. Los derroches de medios técnicos en un alarde muy corriente cuando surge el fenómeno, solo vale para demostrarnos la ausencia de esa atención que condena a la naturaleza abandonada a un triste destino.

Ese cuidadoso desbroce, dirigido desde cada ayuntamiento y, dentro de los espacios debidamente marcados, aseguraría el cuidado. En Sayago, por ejemplo, hay centenares de miles de encinas a las que no se les toca ni cuida y observamos cómo se van quedando atrás, con una especie de tristeza que las abate y las consume. Durante siglos y siglos, a pesar de las inmensas heridas de los cortes de los desmoches, los trabajos de olivarlas y las entresacas, las han ayudado a sobrevivir hasta miles de años. Así se puede comprobar y disfrutar en el célebre árbol de Moraleja de Sayago en cuyo hueco del tronco caben diez personas. Y la encina sigue tan viva y tan fresca como la hierba que crece a su alrededor. Vayan a verla.