Siempre "El Quijote" nos ofrece una fuente inconmensurable de sabiduría. Uno de los muchos consejos que el hidalgo le da a su fiel escudero tiene que ver con la libertad: "La libertad, querido Sancho, es uno de los dones que a los hombres dieron los cielos. Con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre, por la libertad se puede y debe aventurar la vida".

Y eso viene a cuento, porque parece que en estas sociedades occidentales olvidamos fácilmente lo que nos ha costado conseguirla. Vivir en un régimen de libertades, en una sociedad basada en el respeto a los otros, donde poder pensar lo que se quiera, practicar la religión que a cada uno su fe le pida o ninguna, optar por una tendencia sexual determinada, poder expresar las opiniones personales en público, sin que venga el político de turno (no digo juez) salvador y visionario y nos condene a galeras o a la lapidación o a la pena capital, y no se puede comparar con ningún otro derecho.

El hecho de haber nacido unos kilómetros más arriba o más abajo de un mapa, y dependiendo del país que el azar te tenga reservado para nacer, hace que puedas pensar libremente, estudiar, trabajar, salir de casa sola, pasear, viajar, tener la oportunidad de defender tus ideas y llevarlas a la práctica? Llegar hasta aquí nos ha costado, sobre todo a las mujeres, siglos de dolor, renuncias y sufrimientos incontables. Por eso, no podemos permitirnos el lujo de volver atrás.

Tuve la oportunidad de viajar por Libia en la época de Gadafi. Es, bueno era un país bellísimo, con unas playas solitarias de arenas finísimas y atardeceres de ensueño, ciudades como Leptis Magna o Sabrata totalmente vacías, desde cuyos anfiteatros rematados por delfines gigantes, se podía ver un mar calmo y cristalino, y donde pude deambular por los mercados las basílicas, como en ninguna otra ciudad antigua del mundo había podido hacerlo. Sin embargo, en Trípoli, la capital, apenas vi a ninguna mujer por la calle paseando. Chicos y chicas, los viernes al atardecer, eran llevados en coche, a una velocidad moderada, por sus respectivos padres por una de las calles principales a conocerse; los chicos por un carril y las chicas por otro, para que se pudieran ver por las ventanillas.

Salí del país con unas ganas tremendas de pasear y hacer kilómetros por lugares concurridos y sin rumbo, sin limitaciones.

La libertad se identifica con la igualdad, el respeto, la comprensión, la posibilidad de realizarnos todos al mismo nivel como seres humanos y paradójicamente es además, el derecho de escoger a las personas que tendrán la obligación de limitárnosla.

Hay una escritora española, viajera políglota, cosmopolita, a caballo entre los siglos XIX-XX, Emilia Pardo Bazán, que se crió en un ambiente liberal y luchó como muchas otras por hacer que las mujeres acabaran ocupando el lugar que les correspondía en la sociedad, sin distinciones de clase, raza, religión y otras cosas por el estilo. Defendiendo sus ideas, ella, en un mundo dominado por los hombres se atrevió a aventurar su carrera, su honorabilidad y su vida.

Estuvo en permanente contacto directo y epistolar con escritores de su época: Víctor Hugo, Zola, Menéndez Pelayo, Giner de los Ríos, Concepción Arenal, Galdós y con políticos como Canalejas, Cánovas, Castelar.

Llegó a desempeñar numerosos cargos públicos, como el de consejera de Instrucción Pública, fue la primera catedrática de una Universidad española, de Literatura Contemporánea de Lenguas Neolatinas en la Universidad Central de Madrid, asignatura a la que solo asistió un alumno, también llegó a presidir la sección de literatura del Ateneo de Madrid, por citar alguno.

Incluso se separó de su marido, pues a raíz de la publicación de una obra, "La cuestión palpitante", donde trataba de impulsar el Naturalismo en España, la acusaron, los ignorantes de turno, de defensora de la pornografía francesa y la literatura atea y ella, a pesar de todo, nunca se retractó de sus ideas políticas ni literarias.

Después mantendría una relación con Galdós que duraría casi 20 años.

Por si esto fuera poco, describió con total crudeza la decadencia del mundo rural gallego, el dominio de tierras y gentes por la aristocracia y su desacuerdo con la falta de instrucción, el analfabetismo y la miseria de las clases pobres.

De su novelística siempre me ha llamado la atención, "La Tribuna", donde describe la vida de una joven trabajadora, de la Fábrica de tabacos de Marineda (nombre metafórico que la autora le da a su Coruña natal), llamada Amparo, que además de cigarrera es activista política, la cual imbuida del espíritu republicano, lee a las compañeras el periódico "La Tribuna", porque era de las pocas mujeres que sabía hacerlo, para informarlas de la situación de la España de la época. Ella es quien las anima a luchar por sus derechos fundamentales.

Las cigarreras deseaban creer que con la República se instauraría la verdadera justicia.

Pero la autora era escéptica, no creía en las capacidades trasformadoras atribuidas al gobierno ni a la educación, porque la ideología dominante, como tantas veces pasa, no estaba asentada en la verdad. La escuela y la fábrica eran las instituciones disciplinarias del nuevo orden.

Describe de manera mordaz a la sociedad precapitalista, también critica la deshumanización de la sociedad industrial, porque se prometía hacer realidad la justicia y felicidad de los hombres sobre la tierra, basadas en la igualdad, cuando todo era una quimera.

¿Entonces cuál es el mensaje?

¿Hay algo por lo que los seres humanos debamos aventurar la vida? Cada uno tendrá seguramente su respuesta, pero ya todo está escrito, si la mentira es la base sobre la que se asientan las ideologías de todo tipo, a qué debemos dedicar nuestros esfuerzos. Simple y llanamente a defender la libertad de los seres humanos, de todos, sin excepción, pero desechando todo tipo de fanatismo e intolerancia en todos los órdenes, evitando cometer los errores del pasado, intentando no perder los derechos fundamentales conquistados que son inherentes a las sociedades democráticas.