Tal vez alguien piense que soy excesivamente exigente en cuanto a la presentación de las personas en sociedad y, seguramente, tenga razón. La verdad es que siempre he sido exigente cuando la ocasión lo ha pedido. Siendo un simple profesor, exigí a los alumnos que asistieran a clase decentemente vestidos. Mi frase consagrada era: "Cuando yo venga en pijama, ustedes podrán venir como les apetezca; pero yo siempre vendré convenientemente vestido, aunque mi situación económica no me permite lujos". Cuando fui jefe de Estudios en un Instituto, procuré buscar el Boletín Oficial en el que constaba la fundación de aquel Instituto y apliqué la ley entonces todavía vigente. Todo Instituto debía aportar dos datos en su fundación, además del nombre: El uniforme que debían llevar sus alumnos y el nombre de su santo Patrón. En virtud de ello, exigí que se reinstaurara el uniforme, que había quedado en desuso. En lo único que fui tolerante fue en permitir que la "camisa pareciera blanca de lejos y que la corbata no fuera azul por necesidad". Al principio, fue enorme el revuelo que se armó entre los alumnos y las madres de alumnos. Cuando el primer curso iba a finalizar, me abordaron unas cuantas madres preguntándome si iba a seguir de jefe de estudios el curso próximo; y manifestaron su contento ante mi respuesta afirmativa. Me dijeron así: "Antes, mi niña me traía loca, porque quería un atuendo por la mañana; otro por la tarde y otro para salir de paseo. Ahora, le pongo limpio el uniforme el lunes y ya estoy despreocupada hasta el sábado, porque, además, atiende a su recomendación y la mía de que estará más elegante cuanto más limpio mantenga el uniforme". Conseguí, pues, que se restaurara el uniforme; tarea que continuó mi sucesor cuando cesé después de tres años en el cargo. Como dato curioso, consignaré que el hecho causó la admiración del señor gobernador de la provincia, cuando cruzó por el centro de la ciudad en el tiempo que los alumnos del Instituto disfrutaban allí de su recreo diario. Los tiempos cambiaron y en mis cuatro años de director de dos Institutos nuevos no urgí el uniforme, aunque sí exigí un atuendo digno en los alumnos.

Cuando accedí a la enseñanza en un centro universitario, ya que no tenía cargo ni responsabilidad que me pidiera exigencias con relación a los alumnos, sí continué obligándome a mí mismo; y mi comportamiento motivó esta frase del que era director: "Ya puedo morirme tranquilo, porque hay un profesor que viste tan pulcramente como yo". La pena fue que, siendo muy joven, falleció pronto.

Todo lo que antecede lo he consignado para que se entienda perfectamente mi reacción ante la conducta que pretendo censurar y justifica el título de este escrito. Naturalmente, sin el calificativo exabrupto que yo aplico, la conducta del señor en cuestión ha motivado universal repulsa y manifestaciones públicas en el mismo sentido, ya que el hecho es notorio para todo el que haya visto la televisión: Un señor, perteneciente a un partido minoritario en el Congreso de los Diputados, adicto a la causa de la Independencia de Cataluña, ha subido a la tribuna de oradores vestido con un atuendo extravagante (extravagante), que consistía en una especie de camiseta conformada por la bandera independentista catalana. El tal "señor", en su perorata anticonstitucional realizó la acción de romper unas páginas de la Constitución Española de 1978. Aún estando de acuerdo en la apreciación de que este acto significa una burla para todos los españoles y para nuestra nación, yo me quiero limitar al atuendo inadmisible del "señor" diputado. Yo, presidente del Congreso, no hubiera permitido al exhibicionista subir a la tribuna de oradores; hubiera ordenado que se lo hubiera expulsado del Congreso. Entiendo que los señores diputados deben asistir, ya que no existe uniforme preceptuado, convenientemente vestidos, como asisten a un acto solemne de categoría social. No es de recibo que un diputado vaya mal vestido y mucho menos que exhiba, en edificio tan emblemático como el Congreso, símbolos contrarios a la unidad de la patria proclamada en nuestra Constitución.

A fuer de resultar exagerado o lo que quieran aplicarme como epíteto, entiendo que ese "señor" fue en el Congreso un verdadero mamarracho, inaceptable para el lugar y para la dignidad de sus, excesivamente tolerantes, compañeros señores diputados.