La impresión es que la plataforma separatista Junts pel Sí no ganará en votos ni en escaños el próximo día 27. Pero Cataluña habrá ganado un sofista. Artur Mas retuerce su barroco argumentario cada vez que un dirigente o un organismo le advierte que no cuente con la permanencia en la Unión Europea y el euro si declara unilateralmente la independencia del Estado catalán. Por no hablar del inmediato pasado, acaban de decírselo Cameron, Merkel y Juncker, que no son analistas de cátedra, mientras que Obama prefiere relacionarse con una España "fuerte y unida". Entre otros líderes de nivel similar, ni uno solo ha suscrito el discurso del "president" ni respaldado sus juegos de palabras para convencer a los secesionistas de que todas las afirmaciones en contra son testimonios a favor si se interpretan como él lo hace.

Ya suenan patéticas la tergiversación y la contumacia en el relato de lo imposible como posible. Los oídos sordos a las advertencias exteriores e interiores, incluidas las de la mayoría del empresariado y los bancos catalanes, solo se entienden como neurosis mesiánica por la separación, aunque rompa la convivencia de una comunidad y la empuje a carencias, sacrificios, deudas impagables, mercados cerrados y pérdida del prestigio justamente ganado por toda la ciudadanía. La realidad no es la que venden Artur Mas y sus coyunturales amigos del Junts, quienes, tanto si ganan como si pierden, lo primero que harán será fumigarlo a él para no contaminarse de presuntas corruptelas ni de los efectos económicos y sociales de una ruptura con España, la UE y los interlocutores de todo el mundo. Junqueras no seguirá en segundo plano si avista la independencia que ERC ha reivindicado en las duras y las maduras.

Si llega una reforma de la Constitución, será saludable tratar exquisitamente el contenido de los conceptos "nación" y "Estado". Simétrico o asimétrico, el federalismo que ya pocos rechazan debería homologarse a los más eficientes del mundo libre, eliminando peligrosas licencias nominalistas. Aquí se ha jugado con los términos "nacionalidad" y "nación" (impensables, por ejemplo, en los estados federados de la nación estadounidense), y resulta que ya no bastan. El objetivo es el "Estado", pero no federado, sino independiente. Y si esto prosperase, el "efecto llamada" en otras regiones, nacionalidades y naciones españolas convertiría el país en un puñado de feudos como los que Europa ha tenido que superar para tener voz y voto en el mundo. Los sofismas de Mas pueden funcionar para el consumo interno, pero son risibles en el plano de las relaciones internacionales. El galimatías -¿intencionado?- de un reciente debate en TVE con siete dirigentes catalanes traducidos en "off" por distintas voces, anticipa una quimera ininteligible. ¡No se entendía nada...!