El jueves se celebró en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca el acto de investidura de Doctor Honoris Causa al escritor y Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa. Por razones del cargo académico que ocupo, tuve la fortuna de compartir, junto a numerosos compañeros y amigos, el espacio y el tiempo con uno de los personajes más sobresalientes de la literatura contemporánea. Allí gocé con un discurso impresionante sobre la aventura de escribir. ¡Qué maravilla! En el acto también tuve la suerte de saludar al actual consejero de Educación de la Junta de Castilla y León, Fernando Rey, al que conocí hace algo más de seis años al ponerse en marcha el Programa "Las Comunidades Autónomas en el siglo XXI", un instrumento para la promoción del estudio y la difusión de los principales problemas y retos de futuro de la comunidad de Castilla y León.

Pero hay más razones de peso por las que hoy me apetece compartir con ustedes el hecho de ser una persona afortunada. En las últimas semanas, con el inicio del curso académico en la Universidad, que nunca debe confundirse con el arranque de las clases presenciales que reciben o "sufren" los estudiantes, he podido comprobar de nuevo que estoy rodeado de compañeros y colegas de trabajo que no solo son buenos profesionales en el desempeño de sus tareas de gestión, docentes o académicas sino algo mucho mejor: son buenas personas. Compañeros que están ahí para echar un cable en cualquier momento, dispuestos a ayudar sin esperar nada a cambio. Estos compañeros son los que hacen que el lugar de trabajo sea un espacio soportable y llevadero, pues no siempre los recintos laborales favorecen la comunicación, el encuentro y las relaciones sociales agradables. Por eso hoy escribo que me siento muy afortunado, porque convivo con numerosas personas que saben escuchar, que nunca pierden la compostura y que conocen el alcance de lo posible, lo útil y lo aconsejable.

No daré nombres, pero quien lea estas palabras sabrá identificarse fácilmente con lo que aquí se escribe. Habitualmente son personas generosas que pasan por la vida sin hacer ruido. Yo, como digo, vivo rodeado de muchas de ellas, aunque no siempre están físicamente próximas a uno. Algunas viven a muchos kilómetros de distancia y, sin embargo, están cuando se les necesita. Seguro que muchos de ustedes conocen y viven flanqueados de personas semejantes y que incluso pueden contar también con otras que, aun residiendo lejos, están ahí. En ese caso, sepan que son también personas muy afortunadas, como yo. No obstante, fíjense que trato de poner el acento en un tipo de fortuna que poco tiene que ver con la que habitualmente conocemos: la económica. Porque se puede tener mucha renta, riqueza o un gran patrimonio (casas, coches, yates, acciones, dividendos, planes de pensiones, etc.,) y, sin embargo, ser una persona infeliz y desdichada. Por consiguiente, si usted es una persona afortunada, bienvenido al club, aunque estos temas no coticen en bolsa.