Hoy, en Vitoria, enlace de postín, se casan el vicesecretario general del PP y exalcalde de Vitoria, Javier Maroto y su pareja José Manuel Rodríguez. 270 invitados participarán en el enlace matrimonial, cifra que ha desbordado todas las previsiones de los contrayentes, máxime desde que Mariano Rajoy y su esposa confirmaron su presencia en el enlace. El concejal Miguel Garnica, del Partido Popular, en delegación del alcalde de la ciudad, Gorka Urtaran, del Pnv, que gobierna con el apoyo de Bildu y de la marca Podemos en el País Vasco, y el senador Jorge Ibarrando serán los encargados de dirigir la ceremonia que, como no podía ser de otra forma, se celebrará en el Ayuntamiento de la capital de Álava. Zamora también aporta asistentes al acto cuyo colofón será una cena en el restaurante El Caserón ubicado en el alto de Armentia.

Pero no es a esto a lo que yo voy. Yo voy a la total y absoluta normalidad que rodea la boda de Maroto, de la persona, a la que van indisolublemente unidos los cargos que ostenta en su partido. No se pueden obviar. Maroto, que hubiera preferido una boda prácticamente en familia, lo ha organizado de maravilla, huyendo de las formas esperpénticas que rodean este tipo de celebraciones cuando son entre parejas del mismo sexo. Ya va siendo hora de que ciertos clichés se caigan por su propio peso. Ya va siendo hora de que la sociedad se dé cuenta de que la mayoría de homosexuales son como Maroto y su pareja y como tantos otros igual o menos conocidos que los contrayentes. Ya va siendo hora de que la sociedad se percate de que la mayoría de los homosexuales nada tienen que ver con los que participan en el Día del Orgullo Gay, forrados de plumas, medio desnudos, cuántos de ellos enseñando el pompis y pretendiendo ser lo que no son la inmensa mayoría, a los que hay que respetar. Esas, en concreto, no son las señas de identidad de los homosexuales.

Porque, resulta que la mayoría de homosexuales son gente normal y corriente, gente seria o simpática, gente con la misma pinta que los demás, gente con sus penas y sus alegrías, con trabajo o sin él como los demás, gente que sabe llevar y mantener una conversación como los demás, gente que habla y se expresa sin aspavientos, sin amaneramientos de ningún tipo, sin sobreactuar porque es gente normal, gente que vive mejor o peor como los demás, con sus vicios y sus virtudes, como cualquiera de nosotros. Por eso es bueno llevar la normalidad a la vida en pareja de los homosexuales. Bien es verdad que la chanza y el chiste se los llevan los otros, los que dan que hablar, los que se disfrazan, los que se salen de la normalidad.

Es bueno que la sociedad tome nota y se dé cuenta de que la normalidad es también la tónica en las parejas del mismo sexo, que son personas con las que se puede convivir y llevar una buena vecindad porque, además y por regla general, son gente educada.