Ni existe la puerta que servía de acceso al segundo recinto amurallado -casi desaparecido- ni existe ningún vestigio de feria alguna. Pero, en su día, sí que existieron: puerta y feria. La puerta desapareció en el siglo XIX, y la feria, la hubo, y mucha, para dar y tomar, durante muchos años, ya que hasta ya superado el ecuador del siglo XX esa zona de la ciudad llegó a adquirir una especial relevancia. La proximidad del mercado de ganado, ubicado en los terrenos que ahora ocupa La Vaguada, y los "coches de línea" que tenían su parada en el paseo que lleva hasta "San Martín", hacían posible que ganaderos y campesinos la frecuentaran, contribuyendo con ello a fomentar la frenética actividad que entonces saturaba La Puerta de la Feria.

Existían numerosas posadas y casas de comidas, concentradas en la calle de la Feria, la Puentica y la plaza de la Leña; establecimientos que, a falta de hoteles -solo existían el "Suizo" y el "Cuatro Naciones"- acogían en sus dependencias no solo a personas sino también al ganado que conducían, poniéndose a rebosar de variopintos clientes, especialmente los días de feria: bien los martes de todo el año o los "treces" de cada mes. Los paisanos de los pueblos aprovechaban tal circunstancia para proveerse, en los almacenes de coloniales, de viandas no perecederas que preveían necesitar para largas temporadas. De la misma manera, antes de la llegada del frío, hacían acopio de la ropa necesaria para poder aguantar los crudos inviernos y esquivar las cencelladas que dejaban como seña de identidad las continuas heladas. Las pellizas -para ellos- y las toquillas -para ellas- eran las prendas más demandadas, si bien tampoco escaseaban las camisas de franela y la ropa interior de felpa.

Por San Pedro, un número indeterminado de puestos con productos de la huerta, incluidas sandías y melones, se alternaban con los de cerezas y guindas de Toro, y albérchigos y ciruelas de cualquier otra parte de la provincia. Todo este tinglado, armado a base de puestos instalados en calles y plazuelas de manera eventual, llenaba los espacios de los que disponía la Puerta de la Feria.

Por aquellos años, en los que escaseaban los automóviles, el consumo se encontraba bajo mínimos. No obstante, en la Puerta de la Feria, por haber, había hasta dos gasolineras, dos fábricas de harinas, el mejor almacén de ferretería y maquinaria de la región, dos fábricas de gaseosas, y hasta un guardia urbano encargado de dirigir el tráfico.

Al no existir los supermercados, y mucho menos grandes superficies, las compras se solían hacer en las tiendas del barrio, de manera que la frutería o la panadería, pasando por la droguería o la tienda de comestibles, se tenían a mano, sin más condición que la de salir a la calle. De la confitería a la fontanería, de la tienda de tejidos y confecciones a la farmacia, de la pescadería al almacén de licores, se encontraban a tiro de piedra, de manera que podía enviarse a los más pequeños de la casa a hacer determinados recados. Era como un pequeño pueblo, como una mini ciudad, que podía subsistir sin necesidad de subir a comprar a Santa Clara.

Los nuevos estándares del comercio hicieron desaparecer la mayor parte de los establecimientos comerciales. De hecho solo subsisten tres de ellos, la confitería "Barquero", "Las Tres Tiendas" (que hacía gala del "precio fijo" en un momento en que estaba bien visto el arte del regateo) y el "Bar Crespo", que sustituyó al "Juárez", continuador del mítico "Bar Cordero", donde, al igual que en otros establecimientos de su gremio, podían leerse aquellos letreros de "prohibido blasfemar" o el de "prohibido escupir en el suelo", que para eso estaban las escupideras de inoxidable con agua.

Hoy, la Puerta de la Feria es una zona de paso, sin personalidad propia y sin actividad definida, donde el espacio útil aprovechable continúa siendo el mismo. Algunos edificios han sido demolidos como aquel que albergaba la farmacia de Cuadrado, la tienda de tejidos y confecciones que regentaba Fabriciano y luego su hijo Agustín, así como la tienda de comestibles de Isidoro y Felicísima, que más tarde fue de Delfín; al parecer, debido a que estaba levantado aprovechando parte del lienzo de la antigua muralla que, a fecha de hoy, no es más que un solar, casi olvidado, con un lienzo, firmado por Pedrero, sirviéndole de fondo.

El tráfico rodado del siglo XXI nada tiene que ver con el que había a mediados del siglo pasado y ello ha condicionado la adaptación de calles y plazuelas, si bien la forma en que se ha resuelto el trazado urbano, al igual que ha ocurrido con el de otras zonas de la ciudad, parece responder más a una falta de criterio que a una pauta de futuro. Todo ello hace que la Puerta de la Feria de hoy no tenga nada que ver con una puerta, y menos aún con una feria. Vamos, algo parecido a lo que ocurre con Santillana del Mar, que no es santa, ni es llana, ni tiene mar.