Un magnífico editorial del domingo 13 de septiembre en este diario nos dejó claro el fenómeno imparable de la despoblación, y, como consecuencia, el cierre de dos escuelas: Santibáñez de Tera y San Agustín del Pozo. Este hecho, del que podríamos contar en nuestra provincia más de un centenar de características similares, desvela, trasladado a otros niveles, fenómenos tremendamente graves y peligrosos cuyos efectos y trascendencia solo se pueden tratar a largo plazo.

La escuela es un factor clave y determinante en toda sociedad. En ella se fomentan virtudes que se desarrollarán en la edad adulta, pero antes que la Escuela, con mayúscula, está la familia, elemento básico de la sociedad, según nos demuestra la historia. En un momento de crisis tan exacerbada como acelerada se está llegando a límites de desequilibrio social muy acusados. De seguir a este ritmo se verán aparecer muy pronto en el horizonte síntomas de descomposición: los niños parecen estorbar. Nos preocupamos de cuidar y proteger a las mariposas, las águilas, el lobo y hasta las garrapatas. Mientras, se discute y se defiende el derecho a eliminar por las buenas o por las bravas a un ser humano que, pasando por una mediana familia, sería un ciudadano de primera categoría, pero según veo aquí ya no paren ni las vacas. Un hecho fácil de entender dado el abandono del campo. El urbanismo ha vencido al ruralismo y eso tiene consecuencias que las estamos viendo y viviendo. El binomio familia-escuela se ha abandonado a su suerte y, en consecuencia, la sociedad marcha a la deriva. Si no somos capaces de asegurar la base, difícilmente vamos a ser capaces de poner la bandera.