Aquí, cada cual a lo suyo. Y si en Cataluña comenzaron la campaña del día 27, elecciones autonómicas para el Gobierno de la nación, plebiscitarias para el gobierno regional de la Generalitat y los independistas que le siguen, en el resto del país ha comenzado, igualmente, el curso político y la precampaña para las generales de las vísperas, más o menos, de Navidad.

La gente ya está aburrida, cansada, harta, y solo espera que pase el tiempo y se produzca el cambio, algo que según las encuestas todos desean excepto ese 28 por ciento, según el CIS, que votará al PP, muy lejos de la mayoría absoluta necesaria para que Rajoy pueda seguir gobernando como hasta ahora. Así que Gobierno y dirigentes se esfuerzan en dorar la píldora a una sociedad defraudada, dispuesta a pasar factura, y que ya no cree en promesas ni en falsas realidades.

En Zamora, el fin de semana pasado, comenzó la puesta en escena de la gran tabarra que nos aguarda. Los políticos se juegan sus cargos y privilegios, los que tienen o a los que aspiran. El país se juega su futuro partiendo de una situación que no puede ser más incierta, y los españoles que no se dejan engañar son conscientes de ello. En tono menor, los del PSOE hicieron su fiesta en Valorio, con muy poco acompañamiento, y su líder regional, Tudanca, así como su portavoz en el Congreso, Antonio Hernando, desgranaron sus críticas contra Rajoy y los suyos que, eso sí, coinciden con las de la calle.

Por su parte, el PP se trajo para el sarao a la ministra de Trabajo, Fátima Báñez, mientras algunos voceros soltaban los viejos tópicos ya trillados, sobre recuperación económica y del empleo y las grandiosas perspectivas de futuro. La supuesta salida de la crisis, con Rajoy como salvador de España, y la supuesta creación de empleo -con entre cuatro y cinco millones de parados y trabajos temporales y en precario en más del 90 por ciento de los nuevos contratos- son recursos, sin embargo, que les van a servir de muy poco en las urnas. Como el AVE a su paso por Zamora.

Por cierto que Maíllo, el presidente provincial del partido, criticó al alcalde de la capital su escaso entusiasmo por la alta velocidad, una actitud que comparten muchos zamoranos. Guarido ha respondido denunciando el sectarismo con que se lleva el asunto, con descarados fines electoralistas como lo prueba el que el regidor municipal no haya sido citado a las reuniones con la ministra de Fomento. Pero no quedó ahí la cosa y Maíllo reprochó también al alcalde que desprecie los actos religiosos. Y esto se afirma desde un partido que ha tragado con leyes de Zapatero contra la doctrina de la Iglesia, para no perder más votos.

Tampoco faltaron las alusiones críticas a los ayuntamientos del cambio, que han heredado de sus antecesores una deuda de más de 8.000 millones, que ya se sabe quiénes van a pagar. Las intrigas, los incordios, los hostigamientos, no cesan allí donde han perdido el poder. Los nuevos alcaldes solo llevan tres meses en sus puestos, con sus luces y sus sombras, pero en Zamora, por ejemplo, ya se ha hecho más que en años anteriores, en los que no se hizo nada y casi todo quedó pendiente y confuso.