La crisis de los refugiados plantea a Europa un problema con numerosas derivaciones. Para muchas de ellas no habrá solución, ni siquiera a largo plazo, a pesar de esa amalgama organizada de querer armonizar o imponer, en algunos casos, la política y la caridad. Precisamente en sectores de ese mundo de la política en los que se niega la caridad bien entendida. Aprovechando esta oportunidad que me da la situación puesta en marcha por la genialidad política de esta Europa, a la que un sayagués definiría con aquel dicho de "no está ni en leche", me quedo en casa y, pasando unas páginas para atrás me sitúa en el miserable abandono al que los políticos de nueva generación han sometido a una de nuestras antiguas provincias, el Sáhara. Sus habitantes sobreviven como pueden en pleno desierto, pero eso sí, como solo nos queda la caridad como solución y unos mínimos de dignidad, nos valemos de ella para amortiguar la desvergüenza de las agallas que faltaron para llevar a cabo una resolución que la tambaleante Europa no pone en marcha. No quiero pensar en uno de los casos de nuestra historia, la sublevación de los moriscos de las Alpujarras, durante el reinado de Felipe II, hacia la segunda mitad del siglo XVI, quien, sin dudarlo, mandó despoblar la comarca. Aquellas miles de familias fueron repartidas exclusivamente en tierras de Castilla, por pueblos según su oficio.

Nosotros seguimos manteniendo la caridad con los niños de aquella provincia olvidada, paganos siempre de los errores de los mayores que, en este caso, fueron los aspirantes a dirigir los destinos en los que nos encontramos, admitiendo pacíficamente política y caridad, aunque no soy capaz de aventurar hasta cuándo.