Aunque los buenos propósitos suelen dejarse para el cambio de año, los consejeros de la Junta han desgranado estos días sus planes en sede parlamentaria. No resulta fácil resumir en este tipo de comparecencias toda la gestión prevista en la legislatura, pero sí que arroja una perspectiva del trabajo por el que rendirá cuentas el nuevo Ejecutivo de Herrera, a la par que traza una hoja de ruta para seguir el grado de cumplimiento de lo anunciado. Así que bienvenido sea este ejercicio de explicación que rara vez contenta a los partidos de la oposición pero que, como digo, sirve al menos para conocer la senda por la que discurrirá la acción de gobierno. Pronto, en un mes, dispondremos además de la mejor prueba del nueve para detectar si los deberes de cada departamento contarán o no con el necesario instrumento posible para su feliz consecución: el proyecto de Presupuestos de 2016. Será ahí donde tendremos pistas suficientes como para augurar resultados óptimos o, por el contrario, para vaticinar algún suspenso que otro al término del curso político.

Estamos también ante un inusitado periodo legislativo tras el reciente veredicto de las urnas, con seis partidos representados en las Cortes regionales y un ajustadísimo equilibrio parlamentario. Tanto es así que el grupo que sustenta al Gobierno (el PP) cuenta con 42 miembros, justo el mismo número que suma el resto de las formaciones con escaño en el hemiciclo. Un escenario sin mayorías absolutas que debería traducirse, de un lado, en un mayor celo en el cumplimiento de los deberes por parte de quienes tienen asumida la tarea ejecutiva y, de otro, en una exigente capacidad de vigilancia por parte de la abigarrada bancada de la oposición. Ni siquiera Ciudadanos, el único grupo que, junto al popular, apoyó la investidura del presidente, ha comprometido su respaldo a lo largo de la legislatura. Todo ello hace prever un saludable y periódico examen de la acción de gobierno, siempre y cuando los llamados a promoverlo se apliquen con disposición y no incurran en demérito alguno.

Sería razonable que unos y otros evitaran, por tanto, caer en figuras retóricas como el oxímoron y dejaran su exclusivo uso al ámbito literario. No están los tiempos para ampararse en ese pensamiento que utiliza palabras opuestas para complementar otras previas. La política de altura requiere huir de ese juego contradictorio que tantas veces rezuma la dialéctica partidista, donde la realidad nunca puede ser virtual, el silencio nunca es atronador y la soledad no es sonora. Más bien, cabe instar a todos a ejercer con responsabilidad esa alta y dual encomienda para que los buenos propósitos se cumplan o en su defecto se exijan. Lo demás será, como el oxímoron, un simple juego de palabras confusas.