Aunque ya se llevaban unos cuantos años en los que la fiesta regional de Cataluña, la Diada, como la llaman, había adquirido unos nítidos perfiles que la alejaban de cualquier vestigio histórico, tradicional y popular para convertirla en un acto político de reivindicación del independentismo, nunca como hasta en esta ocasión del pasado viernes se había llegado a una apropiación tan descarada de la festividad por parte de los partidos y colectivos secesionistas que aprovecharon la ocasión para iniciar la campaña electoral que culminará en las urnas en menos de dos semanas, dando por hecho que van a ganar y que a renglón seguido se iniciará por tanto el proceso separatista.

Basan su optimismo no solo en las encuestas, que siguen otorgándoles una ajustada mayoría, pero mayoría al fin y al cabo, si bien eso tendrán que refrendarlo las urnas, sino igualmente en la prevista masa de catalanes que se echaron a la calle en la Diada a favor de una pretendida república independiente de Cataluña. Y aquí se produce el habitual baile de cifras, con dos millones de personas según la organización, 1,4 millones según la policía local, y medio millón para la Delegación del Gobierno en la región, cantidad que parece la más ajustada a la realidad. Muchos, desde luego, que puede que pareciesen más en una cuidada puesta en escena, casi espectacular, por parte de su televisión regional. Tan tristemente espectacular, por las imágenes difundidas, que llega a producir un cierto repelús, una sensación de "déjà-vu", un aire de irrealidad inquietante, pues trasmitían toda la irrealidad manipulada de algo que se sabe que no se va a producir, por muy lejos que llegue el desafío independentista, al que asistieron invitados por la Generalitat muchos periodistas extranjeros, la mayor parte de los cuales ha constatado luego en sus medios un empeño que tampoco desde fuera se consigue entender.

Pero si muchos eran los que fueron a la Diada de Barcelona, llegados desde todos los puntos de Cataluña, más, muchísimos más, fueron los que se quedaron en sus casas, gente normal, tan catalanes como españoles, tan españoles como catalanes, pero diferenciados en que gozan de tener sentido común y saben, por tanto, lo que quieren y lo que les conviene. De hecho, y pese a las encuestas, y pese al medio millón de manifestantes, lo que pase el 27-S no tiene todavía un signo claro, pues los mismos sondeos reconocen una significativa cantidad de indecisos y de electores que no se pronuncian respecto a su intención de voto. Y de ellos dependerá, al final, lo que puede pasar. Si los separatistas no logran la mayoría absoluta, el parlamento catalán puede resultar muy fragmentado, abriéndose nuevas opciones.

El Gobierno sigue a la expectativa, con el PP movilizando todos sus recursos, conscientes de que Mas y los suyos pueden ganar y seguir adelante, ante lo cual solo queda esperar el fallo del Constitucional y si no es atendido recurrir a medidas que la Carta Magna señala y ampara. Que tal vez si se hubieran tomado antes, desde el principio -pues las malas hierbas hay que cortarlas de raíz, en cuanto asoman-, hubiesen evitado la situación a la que se ha llegado, que no puede ir más allá.