En la sección "Cartas al director" en La Opinión-El Correo de Zamora tiempo atrás venía la carta de un señor que decía tener una niña de ocho años matriculada en un Colegio Público de Cataluña donde no se impartía enseñanza religiosa. Afirmaba no creer en ningún dogma y, después de un fárrago intragable donde hablaba en un "totum revolutum" de la guerra civil, de las luchas de religión, de los dogmas de la Iglesia y de la cultura del románico?, definía a Dios como un "Pokémon", un "dibujo animado", vía de escape en situaciones de emergencia. Nunca, concluía, había visto a Dios, nunca hablado con Él.

La historia de la fe de cada uno refleja una imagen, un rostro de Dios, y esa imagen nunca es la misma a través del tiempo. La pasamos por el tamiz de nuestras experiencias, las malas y las buenas. Nos pasa lo mismo con la imagen de Jesús, ese que un día se nos presentó como el rostro, la palabra de Dios. Nadie que no sea un inculto puede negar su existencia, pero queda saber qué lugar ocupa en la vida de la gente. Aquí se juega ya en la corta distancia. Los derroteros de la religiosidad se deciden en el interior de cada uno, en los entresijos de la carne y de los huesos donde Dios puede insinuarse, puede entrar o quedarse a la puerta. El paso de la imagen a la realidad, del retrato al original, del conocimiento a la relación, es lo que complica.

Hoy, quien quiera que sea el creyente, está llamado en causa. Hoy Jesús pregunta qué se dice de él, por quién se le tiene, qué lugar se le da en la vida. Benedicto XVI en su libro "Jesús de Nazaret" tiene un largo capítulo, el IX, donde habla de la Confesión de Pedro. Dice que los cuatro Evangelistas hablan y recogen ese momento del Evangelio, bien que en distintas ocasiones y lugares. Marcos dice que esto sucedió en el camino hacia Jerusalén, el lugar donde va a morir Jesús. Juan pone esta pregunta de Jesús y la consiguiente respuesta de Pedro en el Domingo de Ramos, cuando un grupo de griegos le piden al apóstol Felipe los lleve hasta Jesús, al que quieren conocer porque "han oído hablar de Él". Jesús, a renglón seguido, lanza la pregunta de qué dicen de Él sus discípulos. Lo suyo, lo de los discípulos, ya no es solo curiosidad, lo han conocido, han vivido con él y eso cuenta, eso es mucho.

Y ahora nosotros. ¿Quién es Jesús para ti, para mí?; ¿qué lugar ocupa en tu vida, en tus decisiones, en tu mundo relacional? "Mi vecina dice, en mi oficina piensan, los curas predican?"; no, no se puede vivir de rentas; ¿qué dices tú? Y en el bien entendido que aquí la función del "decir" no se puede quedar en los labios, en una palabra que no implica ni el corazón, ni la vida. Decididamente, aquí todo se juega y se decide en la corta distancia. En todo menos en la distancia. El Credo es más que un artículo de fe.