Sí, sí, ya sé que la cuestión y las elecciones catalanas son trascendentales, cruciales, vitales, siderales, casi sobrenaturales.

Sí, sí, ya sé que España, Europa, la civilización occidental, el mundo moderno y hasta las galaxias más lejanas se juegan mucho en estos comicios, al igual que se lo jugaron en la concentración de la Diada y otros acontecimientos de similar dimensión cósmica.

Sí, sí, ya sé que parte del futuro de la humanidad depende de lo que suelten Mas, Junqueras, Romeva, Homs, etc. sobre lo que han dicho Rajoy, Sáenz de Santamaría, Margallo, Fernández Díaz, que, a su vez, rebatieron lo asegurado por Mas, Junqueras y Romeva en torno a palabras anteriores de Rajoy, Sáenz de Santamaría? y así sucesivamente en una perversa rueda circular, en una noria absurda y peligrosa.

Sí, sí, ya sé que hace falta dialogar, debatir, tender puentes, buscar vías de solución, hacer propuestas, no parapetarse en posiciones inamovibles e irreductibles.

Sí, sí, ya sé que el asunto, problema o como cada cual quiera llamarlo merece un tratamiento extenso, denso y profundo, una catarata de análisis, un sinfín de opiniones, una riada de estudios, un montón de congresos y certámenes, un aluvión de valoraciones.

Sí, sí, ya sé, y más como periodista, que no se pueden sustraer informaciones, que el lío catalán ha de recibir un tratamiento adecuado a su importancia y actualidad, que es uno de esos temas que requieren una presencia fuerte y constante en las primeras páginas, en los editoriales, en la apertura de boletines, diarios hablados, telediarios y noticiarios en Internet.

Dicho todo esto (y más que se podría añadir), pregunto: ¿es necesario e imprescindible tanto, tanto, tantísimo despliegue informativo, tantas imágenes y más imágenes, tantas declaraciones sobre lo mismo? Lo pregunto porque cada vez me encuentro con más gente que confiesa estar harta del asunto, que está hasta la coronilla de que Cataluña monopolice los medios de comunicación, de que los problemas de los demás, y son muchos, se queden en el tintero o no tengan la resonancia que merecen porque lo catalán lo acapara todo.

Este mismo verano he podido comprobarlo incluso con gentes nacidas aquí que viven en Cataluña, la mayoría en Barcelona y alrededores. Si les sacabas a colocación el caso, hacían un mohín de rechazo como queriendo decir: "Vamos a cambiar de tema, que demasiado tengo con el ambiente que se respira allí". Algunos, en cambio, entraban en la conversación para relatarte, en primera persona, experiencias duras, casi todas cortadas por el mismo patrón: si estás a favor de la secesión, te miran como a un héroe; si estás en contra, comienzas a notar cierto vacío, aunque nunca se haya llegado a situaciones de violencia.

Todo este clima está causando una ruptura, mitad y mitad, de la sociedad catalana y de esta con la española. A mi juicio, a esta división ha contribuido poderosamente la presencia continua, en ocasiones avasalladora, de la cuestión catalana en los medios de comunicación. Conocemos mejor la opinión de Mas sobre cualquier tema que la de Juan Vicente Herrera. Y tenemos aquí, en esta tierra, más datos sobre la historia de Cataluña y los supuestos (y falsos) robos a los que la ha sometido España que sobre los graves problemas y deficiencias que aquejan desde hace siglos a Castilla y León. (A veces, cuando oigo lo del robo de España a Cataluña, me pregunto cuánto le habré quitado yo o alguno de mis parientes de Cádiz a Jordi Pujol y herederos).

Es evidente que hay una sobresaturación de noticias sobre Cataluña, como hace años la hubo sobre el País Vasco, aunque, en este caso, explicada por los crímenes de ETA. Un corresponsal de un diario madrileño en Bilbao me contó que, en los 80, le pedían noticias políticas, económicas, sociales, declaraciones que, a su entender, no tenían relevancia, pero, como procedían de Euskadi, había que buscarlas y darlas. Algo parecido ocurre ahora con Cataluña como protagonista. Y eso está contribuyendo a un ambiente de hartazgo y cabreo que no conduce a nada positivo. La gente compara? y se enfada. Allí son mucho más ricos que aquí, pero se quejan y sus quejas priman sobre nuestra despoblación, la marcha de los jóvenes, la marginación del campo, los recortes, la falta de industrias? De esto se habla poco? y mal. Con lo de la independencia catalana nos desayunamos todos los días. Y almorzamos, comemos, merendamos y cenamos, aunque muchas veces se nos atragante.