La muerte. Hay peregrinos que ven la muerte cuando, después de bajar la interminable pendiente desde el pueblo asturiano de Berducedo, llegan agotados al embalse del Navia creyéndose en un final de etapa y allí la ruta jacobea se empina a dolor hasta Grandas de Salime. Con la muerte en los talones, y en el empeine, y en los dedos, y en las rodillas, y en todo el cuerpo, logra arribar el peregrino a la capital grandalesa. Pero con suerte siempre encontrará una mano amiga, un caminante "majo, buena gente" de esos que siempre "se quedan atrás esperando por los rezagados". Así es justo como describen a Miguel Muñoz Blas los peregrinos que a la una y cuarto de la tarde de ayer hacían cola en el albergue grandalés en busca de una cama donde descansar sus huesos muy pasados de kilómetros. Ninguno de ellos podía imaginar que la muerte encarnada había caminado a su lado, al menos, desde el amanecer.

"Pues aquí habrá tías que han dormido junto a él en el albergue cuatro o cinco noches seguidas. Van a tener que ir ahora al psicólogo", decía ayer tarde uno de los peregrinos que habían acompañado estos días por el suroccidente asturiano al supuesto asesino de la turista norteamericana. Y lo expresaba con esa risa floja que producen los nervios: el humor involuntario ante el latigazo de lo terrible.

Unas horas antes había visto cómo dos policías aparecían de improviso, a las cuatro de la tarde de un día soleado, y ponían una pistola en la cabeza del hombre que acababa de pagar, a medias con otro, los bocadillos de un grupo de ocho caminantes. Era en la terraza del bar Centro de la villa grandalesa. Miguel Ángel hacía la digestión de un dulce que había pedido, sentado junto a un barril, rodeados de gente en sillas de plástico blancas, verdes y amarillas, junto a un palo de sombrilla sin sombrilla y a otra cerrada, roja, con el logotipo de una conocida marca de helados. ¿Qué raro podía pasar en una tarde así en Grandas?. La imagen que a lo largo de los pasados días habían ido perfilando de Miguel Ángel como una persona "noble" y siempre dispuesta a explicar a los peregrinos novatos las dificultades y encantos de la ruta, quedaba hecha añicos. Los agentes que lo detuvieron advirtieron a las siete u ocho personas que se encontraban con el supuesto asesino que éste trataba de una persona "muy muy peligrosa".