El conflicto de la leche no tiene una solución fácil porque las causas de la caída de precios son múltiples. Era previsible una pequeña crisis con la desaparición del sistema de cuotas. La liberalización de cotizaciones, ya se sabía, alteró los mercados y puso nerviosos a los productores y engalló a las lácteas y, en el final de la cadena, también a las grandes comercializadoras que vieron la oportunidad, en corral revuelto, de aprovechar la situación de desconcierto.

Pero al desmantelamiento del sistema de cuotas se han unido otros factores que han agrandado la crisis. El bloqueo de las exportaciones a Rusia por el conflicto de Ucrania ha jugado en contra de los ganaderos de vacuno de leche europeos porque todos los productos lácteos que entraban en el mercado ruso han acabado en los países de la UE, engordando la oferta en beneficio, otra vez, de lácteas y grandes comercializadoras, que han jugado a su antojo con los márgenes.

En medio, y a nivel mundial, se ha producido un fuerte descenso de los precios de la energía y la desaceleración económica en China. El índice de precios de los productos lácteos experimentó un descenso del 9,1% en agosto, alcanzando los 135,5 puntos a causa de la caída de los precios de la leche en polvo, quesos y mantequilla por la menor demanda de importaciones en China, Oriente Medio y África del Norte.

El preacuerdo anunciado ayer por la ministra de Agricultura, Isabel García Tejerina, es humo, buenas intenciones. Un pacto se ratifica con firmas, con compromisos adoptados por las partes. Aquí no hay documento, no hay puntos concretos, solo generalidades. Decir que la industria se compromete a trasladar a los ganaderos parte de las mejoras que obtenga de los beneficios comerciales con la distribución. Ejem, pues muy bien. Nada.

O que la distribución se compromete a dar valor a los productos lácteos y a no utilizarlos como reclamo, con el objetivo de que "no sean el gancho para atraer a los clientes sobre la base de tirar los precios a la baja". Pues eso, echar las campanas al vuelo sin que sea fiesta mayor.

En Francia, aunque sin molestar al Tribunal de la Competencia, se ha llegado a un pacto tácito sobre precios. Eso sí es intentar solucionar el problema. O en Portugal, donde el Gobierno acordó ayer, entre otras medidas, eximir temporalmente a los productores de leche del pago a la seguridad social y abrir una línea de crédito con condiciones especiales. Esto también es querer taponar la crisis con un material sólido.

En este conflicto hay unos perdedores claros, los productores de leche, que están trabajando por debajo de costes. Esto es, que cuanto más leche producen más pierden (increíble, ¿verdad?). Y hay unos ganadores, los distribuidores, porque si en origen las cotizaciones han bajado siete céntimos o más, en las grandes superficies la caída ha sido menor. Ahí está el momio. Y el interés por que continúe el caos.

El conflicto de la leche no es más que un reflejo del movimiento de la economía mundial desde hace décadas. El sector primario se utiliza para ajustar los beneficios de la transformación y la gran comercialización. Pues eso, que un ganadero tiene que vender cinco litros de leche para pagar un café. Eso es muy difícil de cambiar, porque a ese movimiento lo llaman modernidad y, dicen, no se puede ir contra los tiempos.