Hay que ver cuánto se ha incrementado la cifra de analfabetos del respeto en todos los ámbitos de la vida, la pública y la privada. El respeto, las formas y las normas cotizan a la baja. Y es lamentable porque se producen episodios vergonzosos que dicen muy poco de quienes padecen esta disfunción. El fútbol base sigue dando que hablar por culpa de los episodios de violencia, física y verbal, intolerables y en muchos casos execrables. El último caso está fechado en Asturias, donde una niña de 14 años, de nombre Zaira Morales, que ejerce de árbitro, ha decidido abandonar su sueño por culpa de un aficionado.

En un torneo de alevines, en el estadio del Gijón Industrial, cuando ya estaba acabando la temporada, al parecer la chavalita no señaló una posible mano al encontrarse mal situada, simple y llanamente porque no la vio. La cría ha reconocido su error y no se ha ocultado, ha dado la cara en todo momento. Sin embargo, desde la grada, un hincha que, por lo visto, es el padre de uno de los jugadores, le gritó, entre otras vejaciones: "no vales para arbitrar, pero sí para trabajar en una casa de citas". Se me corta el resuello. Estamos hablando de una niña y de un partido de alevines donde un energúmeno, puesto que el andoba no tiene otro nombre, se permitió semejante vejación. Una humillación que ha tenido consecuencias. Para la niña.

El insulto ha marcado de tal forma a Zaira que se ha planteado, a pesar de las adhesiones que le llegan por doquier, abandonar su sueño, dejar de pasar ese y otros malos ratos que la lengua sucia de unos cuantos han hecho pasar a esta criatura. A Zaira le encanta el fútbol, quería ver su deporte favorito desde otra perspectiva y decidió hacerse árbitro como pudo haber elegido el rol de entrenadora o de jugadora. No contaba con la parte desagradable que conllevan estas citas deportivas y que entre los grandes pasan por pitadas al rey, a la bandera, al himno de España y a la madre que parió al árbitro, y entre los pequeños, sobre todo si el árbitro es una niña pasa por enviar a la susodicha a una casa de citas, porque llamar "puta" a una niña de catorce años sería ya lo último.

Lo que hay que hacer es denunciar a los energúmenos, que el juez imparta justicia y que se acabe de una vez por todas con la violencia en el deporte que nada respeta y que incluso llega hasta provocar la muerte, como le ocurrió a aquel hincha gallego antes del partido que enfrentó al Atlético de Madrid y al Deportivo de La Coruña. El deporte base no puede mostrar esa cara tan sumamente fea de la moneda. Si no se está capacitado para ser un hincha respetuoso hay que evitar estampas tan ofensivas.