En la lejana época del primer franquismo, con un país desolado, a nadie se le ocurría pensar que la semana tuviese otro día de descanso que no fuese el domingo, aparte de los festivos dedicados casi todos ellos a conmemoraciones religiosas o patrióticas. Hasta los alumnos teníamos clases los sábados, como una jornada lectiva más, si bien en algunos centros públicos se daba vacación en la tarde del jueves, lo que las emisoras de radio aprovechaban para transmitir sus misiones infantiles. Sin embargo, niños y mayores admiraban y envidiaban, cuando iban al cine, cómo los americanos montaban en sus largas rancheras y se iban de "week end", a gozar del fin de semana libre.

Hasta el desarrollismo tardofranquista no se empezaron a contemplar los casos mayoritarios de grandes industrias y empresas en las que no se trabajaba los sábados por la tarde, primer paso para el descanso de dos días a la semana imperante ya en España como en todo el mundo, una conquista, sin duda, de los tiempos modernos y del reconocimiento social de los derechos. Aunque, naturalmente, no todos puedan disfrutar de esas dos jornadas seguidas de ocio debido al servicio público y la responsabilidad de su trabajo y su profesión, de tantas profesionales, de tantos trabajadores que han de sacrificarse y trabajar cuando todos descansan, aunque ellos tengan luego ocasión de disfrutar de sus jornadas libres. Pero no es lo mismo; los periodistas, que nunca hemos sabido lo que es una fiesta -salvo tres al año: nochebuena, nochevieja y viernes santo- conocemos algo de esta experiencia.

Todo parecía ya desde hace mucho resuelto e inamovible en este aspecto que contiene tantas raíces humanas, familiares, sociales, laborales y económicas, limitándose la discusión, de vez en cuando, a las horas de trabajo y de asueto pero no a las jornadas en sí. Y con la crisis universal, y el paro como consecuencia, ni de los horarios se hablaba ya, satisfechos unos con poder mantener empleo y otros con tenerlo. Hasta que hace poco unos economistas de Estados Unidos, a través de diversas publicaciones, comenzaron a tratar la posibilidad de ampliar el descanso laboral a tres días, trabajando solo cuatro días a la semana. Una solución que creían que podía repercutir a favor de superar la recesión, y que además fue abonada después, aunque no de modo oficial, sino a través de algunos de sus miembros a título particular, por diversos miembros de la OIT, la Organización Internacional del Trabajo.

Ahora vuelve a hablarse y escribirse sobre el tema, que resulta polémico aunque de momento todo parece indicar que quedará en nada, porque a ver quién le pone el cascabel al gato. Los defensores de la medida manejan una serie de argumentos tales como que trabajar en exceso daña la salud, que a menor horario de trabajo más felicidad personal y familiar, que en lugar de despedir empleados es mejor recortar los horarios, que trabajar menos produce una mayor productividad laboral, y otros, que desde luego parecen razonados y convincentes. Aunque los detractores opinen lo contrario en varios de los puntos, sobre todo en los económicos. Pero puede que se vaya a eso: al largo "week end" de tres días.