Alguna vez me he referido a que el término "casa", como término definitorio de la vivienda tradicionalmente empleado, quedó desechado desde el momento en que las casas empezaron a contener diversas viviendas con sus hogares y que correspondían a ascendientes o descendientes del mismo tronco familiar. Cuando se abrió la nueva tendencia economicista de la sociedad consistente en hacer negocio con las propiedades inmobiliarias, se aceleró la tendencia por utilizar nuevas tipologías edificatorias y construir conjuntos de viviendas independientes en un mismo solar que contaban con una caja de escalera general y autónoma, lo cual dio lugar a una sustitución apresurada de los tipos tradicionales, destruyendo los viejos edificios heredados, (qué ruina, dirían mis abuelos) porque nadie quería perder la oportunidad de hacer rentable inversiones que tradicionalmente quedaban sin traspasar fuera del circuito económico de las familias.

En las primeras oleadas del nuevo negocio se salvaron de la demolición las casonas, que eran tan comunes en la ciudad antigua; todavía algunas tuvieron una segunda oportunidad, como centros sociales, oficinas, etc. y que en mi juventud pude disfrutar adaptadas a sus nuevos usos. Pero, a partir de los años llamados del desarrollo, cayeron todas, para provecho de los nuevos operadores intensificando los aprovechamientos edificatorios de la ciudad. Alguna casona que se salvó de la quema todavía muestra su noble traza como hogar de alguien que con sensibilidad acertó a ver las virtudes que el edificio escondía. Las casonas o caserones que yo conocí de niño no parece que impresionaron a los zamoranos. Porque en los Planes Generales no se acordaron de ellas. ¿No se habían destruido mansiones con más altos atributos? Las casonas tenían su encanto más escondido por la disposición de espacios y trazados de su interior. Pasado el zaguán de la casa entrabas en un patio lleno de plantas y con una fuente en su centro. Las galerías que recorrían las paredes laterales en el piso superior, rivalizaban con los miradores que daban a la calle. El edificio situado en una calle del casco antiguo no tenía rasgos que llamasen la atención, tan moderado en formas y materiales en consonancia con la ciudad. Pero en contraste con el frente que daba a la calle, su testero se componía de terrazas o galerías con vistas sobre el caserío que se extendía a sus pies.

Sobre el que yo recuerdo se veía un horizonte, por encima del río. Aquí hablaré solo de las que han pasado por mi vida. Tengo en mente edificios singulares de la ciudad que partieron de casonas previas. Por ejemplo, la torre de la plaza de Alemania, o el alto edificio enfrente de la plaza de Castilla y León. ¡Anda que para sacar una plaza de chichinabo se cobraron bien el precio del solar! Yo pienso que como los propietarios eran gente mayor pues para no disgustarles por la pérdida de su magnífica casona se les atendió de forma tan humanitaria.

Pero ya solo me referiré en detalle a las casonas que yo conocí adaptadas a los nuevos usos, y que como veremos desempeñaron un papel tan importante en la vida social de la ciudad. ¿Y qué secreto tienen para haber permanecido en el recuerdo, y el de haber cumplido con el nuevo papel que les había tocado desempeñar?

La primera casona que pasó por mi vida, pues se había adaptado como Colegio, fue en donde comencé a estudiar el bachillerato y que por la época coincide con el final de la Guerra Civil. Este colegio que se denominaba San Lucas, seguramente porque hubiese tenido estrecha relación con la parroquia, pegado como estaba a la iglesia de San Ildefonso, estaba dirigido por los claretianos, y se componía por el caserón referido y unos locales que anteriormente habían sido fábrica de chocolates. El colegio tenía internado y los chicos de los pueblos acusaban las maneras propias del mundo rural, tan atrasado entonces, por sus modales y vestimentas.