La característica más común de los partidos nuevos y emergentes, cuando faltan poco más de tres meses para las elecciones generales, es su indefinición tanto ideológica como programática, que no viene de ahora precisamente, y que cada vez parece acentuarse más con la consiguiente repercusión negativa de cara a la intención de voto en las encuestas. Mientras los del bipartidismo: PP y PSOE, parecen al menos saber bien lo que quieren, los de Podemos, Ciudadanos y Vox dan muestras constantes de una ambigüedad, calculada o no, que lleva al confusionismo y la incertidumbre a los electores.

Es el caso de Vox, un partido que, como el de Pablo Iglesias, nació a comienzos de 2014 para concurrir a las elecciones europeas, que si supusieron un firme paso adelante para Podemos se quedaron en nada para el joven partido de derechas, desgajado del PP, al que en principio se unía el centro que representaba uno de sus líderes históricos, Ignacio Camuñas, el exministro de UCD. Los pobres e insuficientes resultados obtenidos en su primera salida al ruedo electoral originaron un posterior cisma en la nueva formación política de la que se fue el centrista, pasando a ser liderado por Abascal y Ortega Lara. Pero el ninguneo absoluto a que ha sido sometido, a instancia de parte, ha acabado, o casi, con cualquier posibilidad de Vox, al que algunos sitúan en la extrema derecha, una opción que triunfa en Francia y otros países europeos sin que nadie se rasgue las vestiduras. El silencio en torno al partido de Abascal solo ha sido roto por la bárbara agresión sufrida hace unas semanas por su presidenta provincial en Cuenca. Pero también Vox, con su indefinición, aunque incluya en su programa el fin de las autonomías, tiene su parte de culpa en la situación que sufre, pues hay una derecha sociológica que es su votante potencial.

Lo de Podemos, su indefinición, viene de lejos, tras el triunfo europeo, alternando el radicalismo demagógico y populista con los viajes al centrismo socialdemócrata, pero adoleciendo siempre de una postura clara para que los electores sepan a qué atenerse. Una actitud mantenida en los comicios locales y autonómicos, con mediocres resultados. Y que persiste ahora, cuando las elecciones generales están ya a la vuelta de la esquina, y sus expectativas se ven rebajadas tremendamente, debido también a sus divisiones internas, al espejo de la realidad en Grecia, y a la feroz campaña en su contra articulada por el Gobierno, mejor que el silencio que sufre Vox, pero que ya ha dado resultados. Ahora parece que estudian aceptar pactos con otras izquierdas para ir a las elecciones como un grupo de unidad popular.

En cuanto a Ciudadanos, absolutamente lo mismo. La gente ya no sabe de qué va el partido de Albert Rivera, y si es la nueva derecha o el centro de la regeneración democrática, que es lo que dicen ellos, o una oportunista secuela del bipartidismo, pero convertidos de hecho en bastón del PP, lo que hace muy difícil creerles. Intentan complacer a todos, que es la mejor manera de no complacer a ninguno. Incluso Rajoy hace como que se enfada y dice que Rivera no pondrá o quitará presidente del Gobierno. Pero es muy posible que pueda hacerlo y esa será su prueba del nueve respecto a si apoyan el cambio.