Estamos sometidos a la tiranía de la "mode", que dirían los franceses, entendiendo como tal la que se aplica a la indumentaria. Ella impera y manda. Ella se impone una temporada y otra sometiéndonos a su dominio que es férreo, que es castigador. Además, marca el devenir social e incluso económico. Y todos, unos más y otros menos, caemos en sus garras, cuántas veces para ser destrozados en lo físico y en lo psíquico. En lo físico soportando tallas y números inferiores, en lo psíquico viendo que somos incapaces de ataviarnos con ese tallaje imposible de las pasarelas que también llega a las tiendas camuflado. Cuando una amable o no tan amable señorita me dice aquello de "es que esta firma hace las tallas un poco pequeñas", malo, malo de solemnidad, como que me están engañando.

No me extraña que las chicas entraditas en carnes se desesperen, como que las ponen contra la pared, como que las hacen creer que tienen más kilos de los que en realidad soportan. Y todo porque los tallajes de algunas firmas no se corresponden con la realidad. Es la forma de vender la treinta y seis por treinta y ocho y la treinta y ocho por la cuarenta. Y así no vamos a ninguna parte. No todas pueden tener el cuerpo de Victoria Beckham. Por mucho que yo diga que la ex Spice Girl pija no tiene cuerpo, que lo suyo es un saco de huesos, habrá quien me diga que por mi boca habla la envidia. Sin embargo no crea que Victoria es plato de gusto para todos los hombres incluido su propio marido, al que le gustaría abrazar un poco más de sustancia. Lo sé de buena tinta.

Yo creo que la Administración debería intervenir. El Instituto de la Moda o como quiera que se llame el órgano encargado de estos menesteres en los que la gente se gasta lo que no está en los escritos, debería tener un buen cuadro de inspectores que dieran al traste con el fraude de las tallas. Y los consumidores deberíamos ser un poco más consecuentes.

El susodicho grupo está liderado, en lo que a España se refiere, por señoras y señoritas absolutamente pudientes, que nos hacen ir al retortero, con imitaciones. El grupo hegemónico es el que manda. Y la hegemonía es cosa de las que más posibles tienen. No hay más que hacer memoria y recordar que en el siglo XVIII solo las clases más altas de Francia fueron las que se vistieron "a la mode", es decir, según el gusto francés. A finales del mismo, con las nuevas tendencias económico-sociales, la burguesía tuvo la posibilidad de acceder al consumo de géneros de vestir, hasta ese momento, exclusivos del restringido grupo aristocrático. La cosa apenas ha cambiado desde entonces. La moda sigue expresando el espíritu del tiempo convertida en uno de los indicios más inmediatos de los cambios sociales, políticos, económicos y culturales, solo que apenas nos damos cuenta.