De las conversaciones interrumpidas y recuperadas cada año, con amigos procedentes de Sanabria, dan lugar a esta breve crónica, que bien pudiera ser el origen de un mas profundo análisis y estudio de unas generaciones de ciudadanas y ciudadanos que tuvieron que emigrar forzosamente a otros territorios de nuestro país y otros lugares de Europa. Como consecuencia rehicieron sus propias vidas y fundaron sus familias, en sociedades distintas a las de su origen y cultura. Ellos, como yo, pasamos una parte del verano en Sanabria, quizá como recompensa a los inmensos esfuerzos (los de ellos) y sacrificios que padecieron durante el tiempo anterior a su emigración lo que provoco la huida inevitable.

Tiempos de hambre, sin esperanzas, total ausencia de futuro y de libertad, sometidos a un estado de opresión, como consecuencia de una guerra incivil. Sin que nadie les haya dado explicaciones o haya pedido disculpas por una niñez y adolescencia perdida. Ya en su juventud trabajando inhumanamente. Sacrificándolo todo por labrarse un porvenir de supervivencia y el bienestar de sus hijos. Hoy sus hijos y nietos, regresan de vacaciones para recrearse, rememorando sus pequeñas historias. Y sin resentimientos

Cada día tengo mayor respeto y admiración por estas familias que siguen fieles a sus orígenes y con enorme esfuerzo han conseguido una cultura propia, ganándose el respeto de las sociedades donde han convivido, por su laboriosidad y lealtad. Se fueron de ayudantes y peones, se trasformaron en autónomos: taxistas, encargados, pequeños empresarios y afamados restauradores. La segunda generación ya son ingenieros, médicos, periodistas, abogados, y profesores y especialistas de modernos oficios.

Este año, como todos, he podido conversar, entre otros con Paco del Estal y con Tomás del Estal, amigos desde la niñez, primos y ("más que hermanos") los dos con una extensa vida laboral, rica en profesiones, oficios en distintos lugares y empresas. Se han jubilado uno en Barcelona y el otro en Madrid. Juntos y de adolescentes iniciaron su vida laboral en Moncabril. Teníamos que madrugar a las tantas de la mañana ("sabes lo que te digo") ir andando por la cresta de la montaña para regresar después de una larguísima jornada a San Martín de Castañeda, otros compañeros a Vigo, Murias, San Juan de la Cuesta y otros pueblos de la Alta Sanabria. Lo relatan con orgullo, no exento de dolor, ya que las condiciones laborales, económicas, en definitiva, humanas, no se diferenciaban de la esclavitud. Porque aunque se disimule y hasta donde alcance la memoria, también duran las afrentas.

También hemos hablado, una y mil veces, de cómo funcionaban y vivían todos los vecinos en los pueblos, de alta montaña. Pero sobre todo aquellos niños (niños de la posguerra) sin horizontes ni esperanzas, ni libertades. El mismo modelo autocrático impuesto para toda España por la dictadura franquista, agravado por el aislamiento y el sometimiento caciquil de pequeños y a veces crueles dictadores. Algunos pueblos sufrieron atropellos sin cuento y del exterior no recibieron nada que facilitara la vida, antes al contrario, opresión y miseria. La justicia, los derechos y libertades no se conocían. Solo existía la solidaridad entre los humildes. ("Sabes lo que te digo"). De lo que se sienten orgullosos.

Aunque nadie públicamente ha reconocido, ni pedido perdón por tanto sacrificio de una niñez y juventud maltrecha, hemos coincidido que hay que hablar con toda naturalidad, no exenta de indignación, de estos desgraciados acontecimientos que se incardinan en la llamada Memoria Histórica. Nos incomoda que todavía existan quienes no quieran saber nada y borrar oficialmente nuestro legado, incluso se ponen nerviosos.

Con George Santayano y Tuñón de Lara, estamos de acuerdo que: "Quienes no recuerdan el pasado, están condenados a repetirlo".