Confieso estar ya cansado de esa frase que, en cuanto uno enciende la radio o pone la televisión, tiene que escuchar una y otra vez de los labios de los independentistas catalanes sobre el sacrosanto "derecho a decidir".

Estoy dispuesto con todo a darles la razón a esos políticos que en tono muchas veces melifluo califican tal derecho como base esencial de la democracia frente a quienes se empeñan tozudamente en negárselo con argumentos como el de que lo prohíbe nuestra Constitución si se trata solo de que vote una parte del conjunto nacional.

Y, sin embargo, yo les tomaría inmediatamente la palabra y sería mucho más generoso con los independentistas catalanes y ofrecería el derecho que reclaman no solo a los ciudadanos de la actual Cataluña.

¿Por qué restringirlo en efecto a ese territorio y no incluir en la votación que reclaman los impulsores del "Junts pel Sí" sobre la futura relación de los catalanes con España también a los valencianos, a los ciudadanos de las Baleares, a los aragoneses, a los andorranos e incluso a los franceses del Rosellón, donde también se habló un día catalán?

En vez de desestimar la luminosa idea del consejero de Justicia de la Generalitat catalana, Germà Gordó, al defender "la nación completa", en referencia a todos los territorios donde hay catalanoparlantes, y reivindicar que se permita a todos esos ciudadanos "ser lo que quieran ser", habría que felicitarse de tan interesante propuesta.

En lugar de ver sus declaraciones como una "boutade" o incluso una provocación, lo lógico sería pedirles a los nacionalistas que fueran consecuentes hasta el final y que, lo mismo que pretenden en Cataluña, es decir que voten quienes habitan ese territorio -ya sean castellano que catalanoparlantes-, lo trasladen al conjunto de lo que llaman los Països Catalans.

Yo permitiría votar a todos esos territorios, dejaría que sus habitantes se pronunciaran libre y democráticamente sobre si quieren romper sus vínculos con España -o con Francia, en el caso de las gentes del Rosellón- para conformar luego entre todos una futura patria catalana con Barcelona como capital.

La fórmula para romper finalmente ese nudo gordiano, producto del mesianismo de unos y el inmovilismo de otros, nos la ha ofrecido, tal vez sin proponérselo, el consejero Gordó.

Lejos de vituperarlo, como se han apresurado a hacer algunos, habría que estarle agradecidos.