Ha salido a la calle tratando de respirar ese aire fresco que no le ofrece su apartamento. Luce unos zapatos de piel que solo utiliza para las celebraciones y a los que, no obstante, les ha sacado brillo con la gamuza. Hace tiempo que ha huido de los devaneos administrativos, de los recelos, de las disputas entre compañeros, de obsesionarse con la quimera de las ambiciones. Desde lo más profundo de sus convicciones le llegan ecos de dudas y señales de escepticismo.

De vez en cuando le llegan olores a fritanga, a guisos, a la pitanza que van a servir para la cena, porque las ventanas de algunos hogares se encuentran abiertas, y ello le permite poner a prueba su pituitaria.

Atrás ha quedado la habitación en penumbra que le ha acogido durante toda la tarde, mientras leía la prensa del día y escuchaba las noticias locales a través del transistor.

Se ha enterado que su Ayuntamiento tiene que destinar una partida de cuatro o cinco millones de euros para indemnizar a una determinada empresa con la que ha incumplido su compromiso de comprarle unos locales que iban a ser dedicados a oficinas municipales. ¡Vamos! Que ha llegado a su conocimiento que van a volar cuatro o cinco millones del municipio a cambio de nada: el equivalente a cuarenta o cincuenta pisos de la ciudad donde él vive. Ha echado la cuenta y, a razón de 90 o 100 metros cuadrados por vivienda, vendrían a ser 4.000 o 5.000 metros cuadrados, espacio suficiente para poder haber albergado dichas dependencias municipales. Pero lo cierto es que ese dinero va a volar hasta las manos de una empresa que en la ciudad nadie conoce, y las oficinas municipales solo existirán en la memoria de un pliego de condiciones y en los devaneos de los gestores municipales que cometieron un determinado error, para unos, o un atropello, para otros; de haber actuado con frivolidad, para unos, o con premeditación para otros. En definitiva de haber pilotado una operación sobrevalorada considerablemente respecto a su precio de mercado.

Había escuchado y leído las declaraciones del antiguo alcalde, autor de la controvertida decisión de compra, diciendo que no quería "entrar en polémicas" o lo que es igual que "verdes las han segado"; y a sus compañeros de partido que decían que se trataba de "una acción que se podía sostener jurídica y económicamente" (LA OPINIÓN-EL CORREO 13/8/2015) lo que chocaba de frente con la sobrevaloración de la operación en 24 millones de euros. Una operación tan nefasta para la ciudad que la anterior alcaldesa -perteneciente al mismo partido- reconoció que tenía "defectos de forma graves" y que "era una operación que dañaba los intereses del municipio", por lo que se vio forzada a deshacer la operación. Y de la Comisión de Economía y Obras que dictaminó "diferencias sustanciales en el Pliego de Contratación aprobado en Pleno y el Contrato finalmente rubricado por el teniente de alcalde" (LA OPINIÓN-EL CORREO, 4/7/2008).

Ningún responsable de la mamandurria había querido responsabilizarse del desaguisado, ni siquiera dar explicaciones, o de pedir perdón por tan craso error: todos habían optado por lavarse las manos como Pilatos.

Era tal el cacao mental que tenía en la cabeza que el ciudadano en cuestión había optado por ponerse en contacto con el aire de la calle que le llegaba a pequeñas ráfagas desde el río. Mientras tanto, seguía echando cuentas, le tocaba poner, más o menos, 80 euros, como al resto de sus convecinos, para remediar el desaguisado. Y aunque hacía tiempo que había renunciado a encontrar la Arcadia perdida, le costó bastante admitir que no progresaba lo suficiente en sus conclusiones y que las ideas iban remitiendo al mismo ritmo que lo hacía la luz del día. Estaba desapareciendo el último rayo de la tarde y pronto se haría de noche, y ya es sabido que de noche todos los gatos son pardos, tan pardos como la operación de los solares municipales. De manera que optó por aparcar sus cábalas hasta el día siguiente, mientras se preparaba para tomar un refrigerio en el merendero de "Los Pelambres".