Una marabunta de cientos de miles de inmigrantes se agolpa a las puertas de la UE con el propósito -a todas luces comprensible- de ingresar en el paraíso o, al menos, huir del infierno. Lo malo es que empieza a no haber sitio para todos. Tan grande es la cola en Macedonia, Grecia, Italia o Melilla que la comandante en jefe Angela Merkel ha calificado este cerco a Europa como un problema mucho más grave que la estabilidad del euro.

Unos llegan apremiados por el hambre y los otros escapando de las guerras de África. Y no hay alambradas que frenen la desesperación. Los británicos, acostumbrados a tomarse los dramas con humor, idearon una campaña de disuasión bajo el lema: "No vengan al Reino Unido: aquí llueve mucho". Invitados a aportar ideas, los lectores de la prensa londinense sugirieron otros eslóganes tales que "hay poco trabajo y pagamos poco" o "el Reino Unido está lleno", agregando a continuación que está repleto de "obispos, borrachos, políticos corruptos, recortes, abejas asesinas y niños feroces".

Sobra decir que ninguna de estas astutas ironías melló el ánimo de quien aspira a un empleo en la pérfida Albión. Las guerras de Siria y Libia agrandaron el flujo de desposeídos que intentan entrar a cualquier precio -incluso el de la vida- en el edén de la UE. Aunque el clima sea peor y el continente gaste fama de aburrido.

Asombra la atracción que Europa ejerce sobre el Tercer Mundo. Los países de la UE son el paradigma de eso que se ha dado en llamar neoliberalismo, por más que sus sistemas de protección social y sanitaria inviten a calificarlos de socialdemócratas.

Bastaría con que los dirigentes de Syriza, Podemos o el Frente Nacional advirtiesen a los inmigrantes de que los países con los que sueñan están sometidos a la dictadura neoliberal de los mercados. Una vez avisados de las graves desigualdades sociales que provoca el sistema, por no hablar ya de los desahucios y el paro, lo lógico sería que se diesen la vuelta para buscar refugio en la riquísima Arabia Saudí, un suponer. Lejos de hacerlo, siguen jugándose la vida para entrar en este paraíso que tal vez les hayan vendido con engaños.

Se da así la paradoja de que muchos ciudadanos de Europa empiecen a votar a partidos neocomunistas o neofascistas que luchan por la abolición del sistema, mientras cientos de miles de inmigrantes hacen cola para entrar al disfrute de sus injusticias.

Será que nadie está contento con lo suyo, aunque también pudiera ocurrir que en Europa no se viva tan mal -por comparación- como sostienen los nuevos políticos insurgentes. Habrá que preguntar su opinión a las muchedumbres que se apiñan en las fronteras de este dudoso edén.