Afortunadamente nuestra ciudad nos ha dejado una larga historia. Pese a convertir parte de la misma en solares abandonados, todavía nos quedan muchos lugares que por su emplazamiento, y nada digamos de su historia, las instituciones mantienen vivos y convertidos en centros culturales como es en este caso la Encarnación y la Alhóndiga.

En cuanto a la Encarnación, hoy podemos disfrutar con plena carga emocional de una exposición de pintura que marca sin excesos ni exageraciones la obra de Miguel Lucas y Manuel Barrios, cada uno plasmando en su obra su sello inconfundible. Miguel Lucas, nos ofrece una clara apertura al realismo tanto en el óleo como en la acuarela. Todo ello envuelto en la magia que sabe imprimir en sus composiciones, lo que da a sus cuadros unos rasgos muy definidos que caracterizan muy claramente su personalidad artística. Asimismo nos acerca en esta exposición una sinfonía temática de colores muy difícil de superar. Ejerce un especial atractivo cuando te acercas y vas rellenando esos espacios que él ha mantenido como parte del carácter del conjunto, constituyendo cada espacio una lección práctica, muy didáctica y atractiva, lo que aporta un valor añadido de primera magnitud.

Manuel Barrios nos deleita en esta ocasión con un conjunto de esos dos grandes ámbitos que constituyen el fondo temático de su magnífica obra: el paisaje y el monumento. Dos aspectos en los que el amigo Barrios ha roto toda línea de acomodo y nos ofrece tal calidad y tal armonía en sus presentaciones, que cada paisaje es algo así como una postal didáctica. Como si en cada uno de ellos quisiera dejar muy claro el mensaje de ese proyecto y al mirarlo con cierta atención encontraras en él ese atractivo que parece hacer un llamamiento a nuestra sensibilidad. Esto mismo lo encontramos cuando nos ofrece esos monumentos cargados de silencios estáticos, repletos de detalles e historia silenciosa pero eso sí, viva. Lo mismo sucede en esos rincones llenos de sugerencia y encanto en los que el color y el ambiente se han ido dejando caer siglo a siglo. Nuestro artista lo ha captado con singular acierto y maestría en esta doble exposición digna de contemplar y conservar en la memoria.

Dejamos la Encarnación y nos vamos hasta la Alhóndiga. El lugar, impregnado de esos recuerdos históricos inagotables, acoge la excelente exposición de Diego Benéitez en la que juega con el mundo mágico de la ensoñación y con la línea del horizonte. Una forma de hacernos viajar sin descanso hasta alcanzar la plenitud de su propia obra y vivir un auténtico ejercicio interior de nuestro propio yo. Con todo ello, nos da una magnífica lección pedagógica del arte, un verdadero acierto en tan singular lugar.

No puedo hacer menos que felicitar a nuestras dos instituciones, Ayuntamiento y Diputación, por la actividad desarrollada de manera ordenada y permanente en estos dos lugares, que constituyen un aula abierta y permite dar rienda suelta a actividades de tipo cultural, atrayendo y llenando estos espacios vacíos, con el calendario de la vida social. Cuidar y estimular esos centros y sus programas es una labor de tal categoría y magnitud que define y califica la ciudad y sus instituciones.