Algunos serían felices si pudieran firmar cuanto antes el certificado de defunción a la asignatura de Religión Católica. Personalmente soy de los que creo que la educación religiosa es un valioso servicio que la Iglesia española, a través de los profesores de religión, está prestando a la sociedad en general y, particularmente, a tantos niños y adolescentes que libremente optan por ella con todo derecho. Un derecho que habrá que seguir defendiendo pese a los ataques que nunca van a faltar: unos más directos como los salvajes recortes horarios que en esta Autonomía de Castilla y León ha hecho el gobierno del PP que preside Juan Vicente Herrera; otros más "indirectos" por parte de quienes pretenden liquidar cualquier asunto relacionado con la dimensión pública de la fe católica.

El cuento cambia, sin embargo, a la hora de promocionar otras confesiones minoritarias en cuyos países de origen, por cierto, no gozamos de un solo derecho pero sí de todo tipo de prohibiciones. Estos que tanto presumen de "demócratas" pretenden que los católicos expresemos nuestra fe encerrados en las sacristías, bajo amenaza de ser "crucificados" si fuera de ellas manifestamos de algún modo nuestra fe. Eso le ocurrió hace poco al valiente alcalde de Brunete, Borja Gutiérrez, a raíz del juramento de su cargo. Pero estos "verdugos" aún no saben que, ya hace casi 2000 años, hemos superado aquella fase inicial del miedo, por una fuerza que nos viene de lo alto.

Quienes experimentamos la alegría de creer nos sentimos obligados a ofrecer todo el apoyo que esté en nuestras manos a niños y adolescentes que todavía no conozcan a Aquel que es nuestra razón de ser. Como miembros de su Iglesia seguiremos en el empeño de que cada vez sean más los que le descubran como el sentido feliz de su vida, los que experimenten cuán saludable es poner en Él toda la confianza, los que se enriquezcan viviendo desde las orientaciones de su Evangelio. Humildemente hemos de reconocer la aportación extraordinaria que hacemos al mundo cuando, además, vivimos comunitariamente este fuego de la fe que sigue incendiando muchos corazones. Si no que se lo pregunten a los 6.000 jóvenes católicos que han participado en el reciente encuentro europeo en Ávila o a los 90.000 de todo el mundo que, un año más, han celebrado también en estos días atrás la gran fiesta de la fe en Medjugorje (Bosnia y Herzegovina).

La fe es un tesoro compartido y nuestro fundador no nos dijo precisamente que lo escondiéramos, más bien todo lo contrario, que lo transmitiéramos desde el primer minuto: "Id y haced discípulos a todos los pueblos..., enseñándoles a poner por obra todo lo que os he mandado" (Mt 28, 19-20).