La villa de Fermoselle se asienta sobre uno de esos conjuntos en los que la geología, la geografía y el hombre han creado una maravilla de armonía, una joya urbanística, llena de historia, pasado y también futuro.

El paisaje urbano de esta villa está magistralmente conjuntado, con un roquedo granítico que le da una singularidad y una personalidad muy definida. Sus miradores se abren a Los Arribes y buscan ese horizonte repleto de ondulaciones y de vida. En Fermoselle todavía quedan restos de murallas, vestigios de su fortaleza. Ahí está su iglesia, el monasterio franciscano, su ermita, todo un conjunto patrimonial de un gran valor, nunca el paisaje estuvo tan engarzado con el hombre.

El pueblo está abrazado por dos ríos cargados de historia: el Duero y el Tormes. Cuenta con espacios de una gran belleza como la Cicutina, un sitio que hay que visitar para intuir cómo puede ser el paraíso.

Fermoselle ha sido objeto de escritos y loas, como no puede ser menos. Algunas de las mejores páginas escritas sobre esta villa las firmó Ricardo Ballesteros allá por 1922, dignas de leerse y degustarse.

Pero si el entorno es único, lo mismo que el paisaje urbano, no se pueden olvidar de Fermoselle sus fiestas patronales de San Agustín, que tienen sabor propio y suponen cita obligada de encuentro para los fermosellanos y las vecinas gentes sayaguesas.

Los festejos populares de la villa de los dos ríos están marcados por los espectáculos taurinos. Los encierros y los festejos de plaza son, desde siempre, cita obligada para los amantes de la Fiesta Nacional y para todo aquel que guste de las manifestaciones populares. Fermoselle, en estos días, se convierte en espectáculo permanente.