La última vez que estuve visitando la Hispanic Society de Nueva York estaban a punto de acabar las obras de restauración del edificio para modernizarlo.

Siempre que voy a esa ciudad no dejo de acercarme allí para admirar, entre otros cuadros, los que Sorolla pintó desde 1912 a1919 sobre tipos característicos de las ciudades y pueblos de nuestro país, (Zamora incluida) por encargo del fundador de dicha institución, Archer Milton Huntington, quien recibió en herencia una de las mayores fortunas de la época. Era tal su pasión por España y su cultura, que vino con tan solo 20 años, porque no podía esperar más para conocerla.

Están ubicados en la sala circular destinada a Biblioteca y la luz que desprenden inunda el lugar con más fuerza que la que se cuela por la claraboya de la misma. Su enorme éxito lo ratifica el hecho de que en las 4 primeras semanas de la primera inauguración acudieron 140.000 neoyorkinos. Les animo a que la visiten. (Antes de acabar la obra, dichos cuadros habían sido prestados y exhibidos en España).

Allí estuve con mis amigos, Noemí y Patrick, que trabajaban para que el centro funcionase a la perfección.

Hablamos de una de las publicaciones patrocinadas en el año 2000 por dicha institución, se trata de: "Images in Procession (Testimonies to Spanish Faith)", preparado por Patrick Lenaghan, donde se recogen una serie de estudios y una selección de fotografías antiguas, entre las que destacan las de Ruth Matilda Anderson, quien viajó hasta Zamora un 2 de abril de 1926 para asistir a algunas de las procesiones de nuestra Semana Santa y fotografiarlas. La ciudad contaba por aquel entonces con un censo de 17.567 habitantes.

Sus fotos ofrecen la visión de un lugar frío, donde la gente se arremolinaba como en la actualidad, para ver pasar la procesión del Viernes Santo por la Plaza Mayor, cuando estaba rodeada toda ella de casas sobre soportales, y por las Tres Cruces, cuando era un lugar deshabitado, con árboles y tapias de piedra; por ellas circulan el Merlú, La Esperanza, La Soledad, la Elevación, cofrades y público en general.

También hizo fotos en Villalcampo, donde destacan los habitantes de aquella España rural que nos parece tan lejana, plasmando la decoración de un escenario teatral rudimentario, como fue en esencia el nacimiento del teatro en las corralas, un tablado rodeado de colchas y mantas que colgaban de cuerdas atadas a unos postes, y unos actores, gentes del pueblo, que representaban cada año la Pasión disfrazados, de una fuerza increíble.

Nuestros amigos nos enseñaron también muchas más fotografías que aún no se habían publicado, entre las que me impresionaron vivamente las del Santo Entierro de Zamora.

La autora fotografiaba lo que veía, le interesaba sobre todo la intrahistoria de una España atrasada y oscura, la anécdota humana, la visión de gentes austeras vestidas de negro, donde los pasos carecían de adornos florales y de luminarias. De todas ellas se desprenden sentimientos de melancolía, devastación, tristeza y desolación.

Hoy en día, una gran artista zamorana destaca en el panorama fotográfico internacional del momento. Se trata de Concha Prada Castro, la cual ha realizado numerosas exposiciones. Entre sus fotos y las de Ruth Anderson existen grandes diferencias, pero la esencia de la fotografía no deja de ser la misma, porque toda ella se reduce al arte de capturar lo que está más allá de lo visible.

(Se dice que en ello tuvo mucho que ver la invención del óptico Leewenhoek, quien ideó e inició a los hombres en el uso de la cámara oscura y de las lentes telescópicas, que su gran amigo, el pintor Vermeer utilizó para captar el mundo de lo imperceptible en sus obras, allá por el siglo XVII).

Y en eso Concha Prada Castro es una experta, pues a través de sus múltiples exposiciones, se ha atrevido con largueza a profundizar en la esencia de todo lo creado, para mostrarnos aquello que los ojos no pueden ver, ya no le interesa tanto la aproximación a lo que llamamos real (porque todo en arte es pura ficción), sino la explosión del instante. Y lo hace paradójicamente de una forma exquisita y original, a partir de la recreación de aspectos domésticos, la limpieza, las basuras, el cocido y otros guisos, las motas de polvo, lo fascinante, centrado en sugerencias flotantes enrevesadas -salpicadas de un colorido extraordinario-, lo inexplicable, el vuelo de los seres por el aire que se esconde en los cuentos, como el de "La lechera", los sueños, la revelación de las ciudades invisibles, en definitiva, con todo aquello que nos hace traspasar nuevos umbrales de percepción.

Ha conseguido esta excelente fotógrafa recoger el testigo para trascender lo vivido, abrir la puerta de lo imperceptible a los sentidos y rescatar experiencias que el inexorable filtro del paso del tiempo consigue ocultar, haciendo penetrable el mundo de lo que también existe, pero que se nos escapa por su inconsistencia y fugacidad. ¿Qué más se puede pedir?

Merece la pena que la sigan.