Ya estamos con lo de siempre, con lo que es legal, algo a lo que se agarran como a clavo ardiente los políticos pillados en renuncio, y lo que es ético, cuestión de principios, digamos, algo de cuya existencia o no saben o se olvidan la mayoría de ellos. Que el ministro de Interior reciba en su despacho oficial a un imputado por presuntos delitos económicos, muy serios y muy graves, aunque haya sido vicepresidente del Gobierno, será todo lo legal que se quiera, pero no es ético, no es ni siquiera normal.

Pero al PP, pese a hallarse al borde mismo del abismo, y ellos lo saben pese a lo que exprese la encuesta última del CIS, parece que embebido en su soberbia y prepotencia le da todo igual y lo mismo, no hace autocrítica, y si la hace siempre es superficial y echando la culpa a los demás, se pone las orejeras y transita ensimismado hacia su destino. Eso sí, con el ordeno y mando por delante. Ahora, da por zanjada la polémica abierta tras la reunión de Fernández Díez con Rodrigo Rato, por la sencilla razón, aducen, de que el ministro obró de buena voluntad, fuese o no fuese informado Rajoy de la singular reunión.

La buena voluntad del ministro se da por supuesta. Vallisoletano, aunque muy vinculado a Barcelona, hombre de acendrada religiosidad, ha sido ya protagonista de diversas actuaciones un tanto insólitas, y de duras polémicas sobre asuntos como la llamada ley mordaza. Pero ha acudido al Congreso y ha dado toda clase de explicaciones, monotemáticas y que nada aclaran, y que han convencido a los suyos pero no a los partidos de la oposición que ha pedido la dimisión o el cese del responsable de Interior, sabiendo que no se va a producir, pues cuenta con el apoyo explícito de Rajoy. A Rato se le recibió por razones de seguridad, reiterada razón, pues recibe muchas amenazas por Internet.

Y ahí ha quedado todo. El uso anónimo y cobarde de la red ha facilitado ya hace muchos años bombardeos semejantes de insultos, injurias, calumnias, amenazas de muerte y demás. Las redes sociales están llenas de estos vómitos pestilentes pero no es ni ha sido Rato el único, sino uno más. De todos modos, no parece que al exvicepresidente de Aznar le importase demasiado porque ni la Guardia Civil ni la Policía han recibido denuncia alguna al respecto. Además, resulta que pese a estar imputado por la justicia, Rato dispone, a costa de los españoles, de una escolta diaria de cuatro policías, con coche oficial, como prebenda subsidiaria de su paso por el Gobierno. O sea, que no parece que las amenazas le turbasen tanto. Lo cual hace difícil de creer del todo las declaraciones del ministro Fernández Díez.

El PSOE no le ha creído y ya antes de las explicaciones en el Congreso se había puesto la venda y había llevado el caso a la Fiscalía. Ya lo ha dicho el PP: el asunto queda zanjado. En realidad, aquí, en esta democracia decadente que PP y PSOE han dejado bajo mínimos, nunca pasa nada, aunque en otros países del entorno las cosas serían bien diferentes. El juez Pedreira, que ha fallecido recientemente y que fue instructor de la corrupción de Gürtel, tenía dicho, en estrecho círculo de amistades, que si un día Bárcenas tirase de la manta podrían temblar los cimientos del Estado. Pero todo está atado y bien atado.