El ministro del Interior recibe en su despacho a un exvicepresidente del Gobierno imputado por supuestos delitos que han causado enorme daño a la Hacienda pública y a decenas de miles de modestos ahorradores y resulta ser la cosa más normal del mundo.

La noticia se conoce gracias a la prensa; la oposición pide, nada más enterarse, su cabeza, y el ministro comparece "a petición propia" ante el Parlamento, donde explica que no trató de los problemas de su amigo con la justicia, sino solo de la forma de mejor proteger a este, dado los altos cargos que ocupó, de las amenazas que diariamente recibe.

Ha sido tanta la prepotencia con que han actuado en todo momento nuestros gobernantes, tan insultante su continuo abuso para todo de la mayoría absoluta, tantos sus silencios, sus mentiras o medias verdades que a estas alturas de la legislatura no se nos puede pedir ya a los ciudadanos que creamos a pie juntillas lo que nos cuentan, aunque sea en sede parlamentaria y con explicación tan absurdamente prolija en lo accesorio que pareció tener algo de tomadura de pelo a sus "señorías".

Pero aquí nadie dimite y todo lo más se le da una embajada en el mejor sitio. Mientras tanto los procesos contra los presuntos corruptos se eternizan y muchos imputados siguen por nuestras costas, disfrutando del verano, como si tal cosa.

Tienen excelentes abogados, al parecer también mucho dinero todavía oculto, y con un poco de suerte, algunos de los delitos que se los imputan terminarán prescribiendo. Y la gente incluso se habrá olvidado del resto porque los sucesos se precipitan y la memoria es corta.

Cierto que hay corruptos en la cárcel; por lo general caza menor porque los grandes delincuentes -¿durante cuánto tiempo aún habrá que seguir llamándolos "presuntos delincuentes"- siguen de vacaciones?

Y mientras tanto, el presidente del Gobierno continúa mirando para otro lado, diciendo cosas como "todo es falso salvo alguna cosa que se ha publicado" o "eso de lo que usted me habla".

Esa manía de no llamar a las cosas por su nombre, esa negativa a enfrentarse a la realidad, aunque sea un caso de corrupción o un desafío secesionista, resulta exasperante para cualquier ciudadano que no tenga adormecido su espíritu crítico.

Llegados a este momento de descrédito de la "vieja política" y cuando suben a la palestra nuevos partidos, vienen a cuento unas palabras escritas por nuestro Antonio Machado con la firma de su heterónimo Juan de Mairena y que no han perdido actualidad (1).

Escribía el poeta en 1936, dirigiéndose a los jóvenes: "La política, señores (?) es una actividad importantísima? Yo no os aconsejaré nunca el apoliticismo, sino en último término, el desdeño de la política mala, que hacen trepadores y cucañistas, sin otro propósito que el de obtener ganancia y colocar parientes".

Y continuaba algo más abajo Mairena/Machado: "Hay movimientos políticos que tienen su punto de arranque en una justificada rebelión de menores contra la inepcia de los sedicentes padres de la patria. Esta política, vista desde el barullo juvenil, puede parecer demasiado revolucionaria, siendo, en el fondo, perfectamente conservadora".

"Hasta las madres -¿hay algo más conservador que una madre- pudieran aconsejar con estas o parecidas palabras: Toma el volante, niño, porque estoy viendo que tu papá nos va a estrellar a todos -de una vez- en la cuneta del camino". ¡Sabio e irónico Machado!

(1) Hay una edición facsímil de la publicada por Espasa-Calpe. Introducción de Ian Gibson. Editorial: Universidad Internacional de Andalucía.