De vez en cuando la televisión nos saca de nuestra ensoñación. Los periódicos derraman tinta negra tratando de reflejar en letras dramas de sangre roja trágicamente derramada.

A veces ocurre lejos de nuestros hogares y lo vemos perdido en la nebulosa del tiempo o del espacio. Otras sucede casi a nuestro lado y entonces se nos eriza el vello o se nos abren las carnes. O nos ponemos en la piel de las víctimas o sus más cercanos y las lágrimas del horror y la incomprensión fluyen de nuestros ojos.

¿Por qué, por qué? Nos preguntamos con frecuencia, repitiendo una letanía para la que no encontramos más respuesta que la que no queremos aceptar.

Con el avance de la civilización vivimos cada vez más inmersos en la fantasía de un mundo pacífico, beatífico y feliz. Tranquilizamos nuestro espíritu y alejamos los miedos inherentes al propio hecho de existir pensándonos a salvo de ciertas atrocidades. Solo las enfermedades o los accidentes entran en el espectro de lo que nos puede dañar, aquello que puede romper el hilo natural de nuestra vida. Pero el mundo no es así, porque la humanidad no lo es.

El hombre es lobo para el hombre dejó escrito Thomas Hobbes. Es mucho más humano -entendido sin embargo en ese sentido- el comportamiento el lobo que el del hombre cuando se transforma en alimaña. En bestia furibunda, en concreta y tangible representación del mal.

La civilización hace al hombre más humano, más social y más sociable. La plasmación de los derechos humanos en el acervo colectivo, el reconocimiento de la negociación y el rechazo a la violencia se generalizan no sin pasos atrás salpicando el camino. Tendemos al bien, lo cual no evitará que nos demos de bruces con el mal.

El mal existe. Por sí mismo, en sí mismo y tomando cuerpo en ciertas mentes y corazones. No, el asesino, el genocida, el delincuente sexual, el pedófilo, no son víctimas ni de la sociedad, ni de las circunstancias, el entorno o la vida misma.

El asesino de las jóvenes de Cuenca. Los padres naturales detenidos por abusos sexuales y malos tratos a su bebé de cuatro meses. Los padres adoptivos de la niña Asumta. Carcaño y las hienas que acabaron con la vida de Marta del Castillo y siguen acabando día a día con la de sus padres, mofándose de la Justicia y de cada uno de los que consentimos una Justicia que tolera tales afrentas. Los asesinos de las niñas de Alcàsser. Son el mal. Ellos y otros son la perversión absoluta de la que solo el hombre es capaz.

Hitler o Stalin y sus cientos de miles de convencidos cómplices. Pol Pot y sus Jemeres Rojos. Mao y su "revolución cultural" no son distintas representaciones de ese mismo mal que, aunque tratemos de obviarlo, existir, existe.

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