El pronóstico está más difícil que nunca. A saber quién gana las próximas elecciones y, sobre todo, quién gobernará. Las encuestas dicen cosas dispares y son poco fiables porque mil consultas telefónicas en toda España con alta volatilidad de voto es una muestra insuficiente para saber lo que puede ocurrir. En lo único que coinciden todas las consultas es en que el bipartidismo, tan denostado, no está liquidado. Esto se va pareciendo a lo que pronosticó Felipe González en mayo: "Los dos partidos tradicionales sumarán un sesenta por ciento, los dos emergentes un treinta y el resto se repartirá el diez restante". Es muy probable que termine así pero el pronóstico de González no despeja lo esencial, o sea, cómo se repartirá el bloque del sesenta por ciento del que debe salir el futuro presidente, aunque sea con alianzas. Para el solvente sociólogo Jaime Miquel está claro que el primer partido no será el socialista, al que augura una pérdida de voto apreciable, porque parte de su electorado, estima, está cerca de los postulados de Izquierda Unida y alejado del centro. Para el catedrático de Teoría Económica Abel Caballero, alcalde de Vigo con más del cincuenta por ciento de los votos, "hay que fijarse en que Pedro Sánchez está personalmente por encima de las estimaciones del PSOE y Mariano Rajoy por debajo de los del PP y eso será determinante para la victoria socialista". Sostiene también Caballero, que la figura de Pablo Iglesias es bastante más que la marca Podemos. E incluso califica de "ingrato" el comportamiento de las Mareas gallegas, que después de haber recibido su ayuda decisiva para unos buenos resultados en las municipales, se niegan ahora a apoyarlo en las generales.

De la interpretación de unos y otros, parece deducirse que los líderes van a ser determinantes, más que nunca, en esta elección habida cuenta del escaso prestigio de las marcas electorales. De la percepción popular sobre Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera, y de su comportamiento en campaña y en los debates puede depender todo. Según el profesor norteamericano Alan Schoeder, el mejor experto en debates electorales, "una elección es, en realidad, una selección de personal. Los ciudadanos sentados ante el televisor deciden a quién confiar las riendas de su país, al uno o al otro". Siguiendo esa pedagógica definición, los debates electorales pueden ser determinantes en esta incierta elección. ¿Quién quiere usted que le gobierne, Mariano Rajoy o Albert Rivera? ¿Pedro Sánchez o Pablo Iglesias? Y en la final de estas dos semifinales de derecha e izquierda, ¿Rajoy o Sánchez? La capacidad de irradiar liderazgo y seguridad será decisiva. No lo duden. Ahora no es un asunto, como se escribe, de partidos nuevos contra viejos, ni de jóvenes contra veteranos. Es un asunto de garantías y de eficacia.

Ese juego a cuatro, que antes era solo a dos con apoyos puntuales del resto, generalmente nacionalistas vascos y catalanes, se producirá en el marco económico de cierta recuperación y un marco político muy tenso, especialmente por el desafío independentista catalán. Adelantándose a posibles concesiones fiscales a Cataluña, diversos barones socialistas ya han hecho saber su oposición. Y de los populares ya constaba su rechazo. En cuanto a la economía, Mariano Rajoy ha hecho de la recuperación su principal baza y el Fondo Monetario Internacional le ha enviado un mensaje agridulce: España crecerá por encima del tres por ciento este año -excelente noticia-, pero en años siguientes bajará al 1,8 y eso será insuficiente para una mejora sostenida habida cuenta del peso estructural del desempleo, la deuda pública y privada y la baja productividad.

Pero eso se verá a medio plazo. A Mariano Rajoy le bastará con concretar en los próximos meses una sucesión de noticias positivas que acrediten la percepción popular de que las cosas van mejor y de que no conviene cambiar de caballo a mitad de la carrera cuando, al parecer, empieza el llano. Aunque algunos en su entorno teman el efecto edad dada la proliferación de jóvenes oponentes -Rivera, Iglesias, Sánchez y Garzón- la influencia de la imagen se reduce considerablemente a la hora de elegir papeleta. "La política no es un concurso de guapos", solía decir don Manuel Fraga, casi ofendido por el éxito de Adolfo Suárez y de Felipe González. Cierto, no es de guapos, sino un concurso de líderes. Esa es la clave.