Hacía más de treinta años que, atraído por la denominación Zamora la Vieja visité las ruinas de Castrotorafe que se encuentran a unos veinticinco kilómetros de la capital, con dirección a Benavente por la carretera nacional 630, a la altura de San Cebrián, a la izquierda.

El jueves, día 6 de agosto, me dispuse a volver a visitar este legendario castillo de Castrotorafe y con la nueva autovía de la Ruta de la Plata, me hice un pequeño lío para acceder al lugar de Castrotorafe. Bien es verdad que es de fácil localización, pero debí informarme previamente para no equivocarme yendo hacia San Cebrián de Castro y luego tener que dar vuelta para ir con dirección a Fontanillas y localizar el camino de Castrotorafe.

Merecía la pena el pequeño rodeo, llegar hasta esas históricas ruinas, junto a las aguas del embalse; hacen sentirte transportado en el tiempo y parece inmerso entre los imaginarios personajes que protagonizan la historia. Aunque algunas veces los hechos se disfrazan con leyendas, está probado documentalmente que, en 1129, don Alfonso VII dio a esta villa, ya reedificada, el Fuero de Zamora, por lo que el vulgo daba a la villa el nombre Zamora la Vieja.

En tiempos de Alfonso VII era Castrotorafe una población de suma importancia por las muchas concesiones que le hicieron los reyes, de franquicias, terrenos, pueblos y jurisdicciones, considerándola de realengo o de pertenencia del rey y no de ningún noble ni orden alguna.

Don Pedro El Cruel, el siglo XIV, dio la villa a su buen amigo Men Rodríguez de Sanabria, y cuando reinó Enrique II Trastamara, allá por 1369, la mandó arrasar. Todavía tuvo algunos episodios heroicos en siglos posteriores (Guerra de Sucesión, con Juana la Beltraneja), pero fue entrando en decadencia y aunque a mediados del siglo XVIII todavía existía población y se celebraban misas en la ermita de la Virgen de Realengo, ya en el siglo XIX solo quedaban ruinas y la imagen de la Virgen del Realengo se conserva en la parroquia de San Cebrián de Castro.