Es la hora del atardecer, esa que se elige en las películas para acompañar la palabra "Fin", cuando la chica, con los ojos entornados, se inclina sobre los hombros del protagonista, mientras este le acaricia un mechón del pelo que ha sido embellecido previamente por un peluquero de postín.

Es la hora en que ya se han leído esas serias noticias, recogidas en periódicos serios, y cogidas con alfileres como vestido de novia en vísperas de boda.

Es la hora de recorrer esas calles tortuosas y esas aceras estrechas, con cuestas y callejones que de repente se encuentran con una tapia o con un edificio en ruinas que clama ser rehabilitado. Y de ver casas con balcones y ventanas semicerradas, que parecen abandonadas en las que, a veces, tras los visillos, brilla una bombilla en alguna habitación.

Es la hora de dar un paseo por esos rincones en los que reina el silencio, que traen al presente emotivos recuerdos del pasado, cuando a cualquier hora del día sonaban voces de niños participando en distraídos juegos.

Es la hora de degustar un helado, mientras su aroma se va mezclando con el aire ya menos cálido de la tarde en declive.

Es la hora en la que alguien pregunta dónde puede encontrar un taxi o una farmacia; porque las terrazas se encuentran a la vista, esparcidas por la ciudad, y no hacen necesario tener que buscarlas para poder degustar una buena cerveza, como aquella que ofrecía el Bar El Águila, o quizás menos amarga.

Es la hora de encontrarse con esa sombra que te sigue, con la que intentas hablar sin conseguirlo, porque no hace ruido, porque es la tuya, esa que va contigo a todas partes, aunque quisieras perderla de vista en algún momento. Mas que nada para ser otro, un poco más libre, para poder ir donde te dé la gana sin tener que dar cuentas a nadie.

Es la hora de observar como un aura, de color rojizo, rodea el cimborio de la Catedral, mientras el sol se desvanece tras él, en el horizonte, tratando de hacer mutis por el foro.

Es la hora de saludar a los amigos y conocidos con los que te vas cruzando, en algunos casos con parada incluida. Porque tienes que conocer en detalle cómo evoluciona su mujer tras la operación de vesícula. Y ponerte al corriente de si su hijo pudo conseguir aquel empleo. O enterarte si el agua del Lago de Sanabria está más fría que otros años, ya que aún no has podido acercarte para poder verificarlo.

Es la hora de acercarse hasta la margen izquierda del río y tomar posiciones en Los Pelambres, frente a la Catedral, dando buena cuenta de un refrigerio servido en el merendero, mientras ante tus ojos se deslizan frescas y tranquilas las aguas del viejo Duero.

Es la hora en que se deja uno la lupa en casa, con la intención de no agrandar los problemas, de conformarse con ver las cosas difuminadas: como un corto de vista sin gafas, con la mayor dosis de optimismo que puedan permitir las circunstancias.

Es la hora donde se manifiesta más claramente el ritmo de la ciudad, la pauta por la que se rige el día a día de un ciudadano de por aquí. La hora en la que hay que saber aprovecharse de esas pequeñas cosas de las que adolece la gente de otros lugares, y que ayudan, y mucho, a llevar con tranquilidad y paciencia el hecho de vivir en una ciudad apartada como la nuestra. Es la mejor hora del día.