A primera hora de la mañana del pasado jueves, 6 de agosto, tuvo lugar en Tokio, la capital de Japón, una breve y emotiva ceremonia en memoria de los 240.000 muertos que causaron los bombardeos atómicos de Estados Unidos sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki que tuvo lugar por estas fechas hace 70 años y que significaba el fin de la contienda en el Pacífico y en definitiva de la Segunda Guerra Mundial tras rendirse el imperio nipón solo unos días después.

Una terrible decisión de Harry S. Truman, el entonces presidente de Estados Unidos, que ya había amenazado con el apocalipsis semanas antes, a través de la declaración de Postdam, y que contaba para ello, aunque no revelase el secreto, con el armamento nuclear de que el ejército norteamericano ya disponía y que había probado experimentalmente en los meses previos: la bomba de uranio, la bomba atómica. Una medida draconiana que sigue siendo motivo de discusión en cada aniversario.

Se arguye que en realidad fue una fría y dura venganza por el ataque japonés a Pearl Harbor en 1941, que costó las vidas de 2.500 soldados estadounidenses y que motivó la declaración de guerra. Y que, en todo caso, la bomba pudo haberse lanzado en algún lugar despoblado de Japón y con efectos meramente disuasorios. A favor se argumenta con el fanatismo y crueldad de los nipones, y con que esa fue la única manera de derrotarles. A Truman le apoyaba hace siete décadas más del 80 por ciento de los ciudadanos norteamericanos, y a día de hoy, 70 años y varias generaciones después, más de la mitad siguen aplaudiendo el doble lanzamiento efectuado.

En Hiroshima, con una población de unos 300.000 habitantes, murieron al caer la bomba cerca de la tercera parte de sus habitantes, y otros tantos más después. La ciudad quedó absolutamente devastada. Y pasados tres días, nueva visita de los bombarderos estadounidenses, esta vez a Nagasaki, un puerto importante, de gran actividad, donde las víctimas totales llegaron a alcanzar el número de 100.000, una nueva imagen de destrucción y muerte ante un mundo conmocionado por los horrores sin fin del gran choque bélico que había comenzado unos años antes con la invasión nazi de Polonia. Un aviso, también, del poderío militar de Estados Unidos con su armamento nuclear que daría paso hasta finales de siglo a las tensiones de la guerra fría con la Unión Soviética, la otra gran potencia.

A los que murieron a causa de las dos bombas atómicas hubo que unir en años posteriores el dramático balance de los fallecidos a consecuencia de las enfermedades provocadas. Aun así, en Japón hay asociaciones de víctimas de Hiroshima y Nagasaki, con más de 200.000 supervivientes, algunos incluso por partida doble, al tratarse de personas que cuando se produjo el primer bombardeo huyeron hacia Nagasaki sin poder sospechar que iba a ser el segundo objetivo. La gran mayoría de esos supervivientes vivieron la tragedia siendo niños y de sus almas no se ha borrado la desolación.

Pero aún quedan armas nucleares en el mundo, se calcula que unas 15.000, por nadie declaradas.