Decenas de miles de personas tratan de escapar cada día de las guerras y las persecuciones que asolan sus países de origen y mueren en el intento. La dureza del viaje, marcada por la extorsión de las mafias del tráfico de seres humanos, hace que el Mediterráneo se haya convertido en un infierno donde ya han muerto miles de hermanos nuestros, como los llama con propiedad el papa.

Gobernantes y ciudadanos europeos tenemos que plantearnos de una vez cómo evitar tragedias como las que cada día se registran en nuestras aguas. Por mucha que sea la eficacia de la lucha contra las mafias, el problema de origen sigue en pie. Los que afrontan la muerte al atravesar el Mediterráneo no solo huyen de la pobreza, sino de las tiranías, de las guerras, de las luchas étnicas, del odio a la religión cristiana? Además de subsaharianos y magrebíes, los hay sirios, iraquíes, coptos egipcios, etíopes cristianos, que simplemente han sido expulsados de sus hogares cuando no han muerto decapitados, quemados vivos o con tiros en la nuca. Para poner fin a ese estado de emergencia no hay otro remedio que acogerlos en condiciones de seguridad y acabar con las mafias. Y al mismo tiempo, emprender una decidida acción, sin paliativos, contra el terrorismo yihadista y contra la pobreza, para que un día puedan volver a su tierra. Todo lo demás son parches que no podrán impedir nuevas tragedias como las que estamos viendo todas las semanas.

Jesús Domingo Martínez