A partir de un panadero honrado podréis levantar de nuevo un país". La cita es de la última novela del genial escritor Manuel Vicent: "Desfile de ciervos". Recomendable en todo caso, como sibilina crónica política de la España de los últimos 20 años, como relato del devenir de la familia real o como una reflexión crítica sobre el arte y los artistas. De cualquier forma, pura literatura.

El autor nos habla, en un pasaje de su novela, del turbio escenario al que se enfrenta la ciudadanía de nuestro país, cuando la corrupción afecta a cualquiera de los ámbitos a que se mire: político, económico, judicial y hasta religioso. Además del espectáculo de algunos miembros de la familia real. Por eso, si todo no se fue al garete, había que reconocer que era gracias a los ciudadanos anónimos que cumplían con su deber. Como ese panadero honrado, o el agricultor, sacrificado a los caprichos del mercado y de la climatología, o el profesor, sufrido y vocacional, enfrentado a unos gobernantes obsesionados con regular la educación a su capricho, y con una sociedad que manda a sus niños a la escuela para enderezar lo que se torció en las familias. Como cualquiera de los profesionales que desempeñan con nobleza su tarea, sobre los que se sustentará, sin duda, el futuro de nuestro país.

En el terrible Antiguo Testamento, Génesis 18, Abraham intercede por Sodoma y pregunta a Jehová: "¿Destruirás también al justo por el impío?". El Señor responde a las súplicas diciendo que si en la ciudad hubiere cincuenta, cuarenta, treinta, veinte y hasta solo diez hombres justos, por amor a esos diez, no la destruiría. Ya conocen el final. Solamente Lot y su familia se salvaron de la lluvia de fuego y azufre. Aunque su mujer terminara convertida en estatua de sal, por mirar atrás cuando abandonaban la impía Sodoma.

No volveremos a recuperar una vida cívica digna, una polis noble, sino a partir de los hombres y mujeres que no hayan transigido con la trampa, que no hayan puesto precio a su palabra o a su voto, personas que sí han sido compasivas con las que más sufren los desvaríos de los gobiernos vendidos a los mercados, que sí se rebelaron ante los abusos y atropellos de banqueros y políticos; solo a partir de ellas podremos construir una sociedad justa, respetuosa con la vida y con los pueblos.

No encontró Jehová ni tan siquiera diez hombres decentes para evitar la destrucción de Sodoma. Todos habían participado, de una manera u otra, en la podredumbre de la ciudad. Algunos incitaban al vicio, otros lo consentían o miraban para otro lado, la mayoría se dejaba llevar por la desidia y la perversión. Apenas Lot, que llegó cuando Sodoma ya tenía fama de pecadora, pudo salvarse de la ira del todopoderoso.

Cuesta mucho encontrar en la vida política española figuras que se salven, grupos o partidos que hayan defendido los interese del pueblo y no los propios o los de sus acólitos. El implacable Dios del Antiguo Testamento no hubiera librado del fuego y del azufre a ninguno de los ministros del gobierno del PP, ni tan siquiera al chupacirios Jorge Fernández Díaz. Tampoco evitarían el castigo toda esa corte de cargos públicos, obedientes con las consignas de partido, defensores sectarios de los suyos e ignorantes de los que no pertenecen a su "casta". Los unos, porque pertenecen a los populares, los otros por ser socialistas; todos, con mayor o menor empeño, nos han llevado durante los últimos 25 años al lamentable estado actual. Si la rebelión del 15-M no hubiera encontrado una correa de transmisión hacia la práctica política, el escenario actual sería otro, seguro que mucho más preocupante. Las mareas ciudadanas, los movimientos cívicos y más tarde Podemos, han traducido a lenguaje institucional aquella fuerza indignada, más pasional que organizada, más colérica que racional.

El partido de Pablo Iglesias debe tener en cuenta los peligros que acechaban a Lot y su familia. Los ángeles, enviados por Jehová, le advirtieron: "Escapa por tu vida, no mires tras de ti, ni pares en toda esta llanura". Solamente si Podemos sigue adelante, mantiene su proyecto y no se detiene para mirar atrás, ofuscándose, por ejemplo, con infructuosas denuncias del régimen del 78, evitará lo que le ocurrió a la mujer de Lot, convertirse en estatua de sal.